jueves, 8 de abril de 2010

EL LODO EN LA SOTANA


JAIME VIERNA GARCÍA. INFORMACIÓN 08.04.2010

Abrimos el periódico y parece que buscamos nuevos titulares sobre otro caso de pedofilia de sacerdotes, las autoridades de la Iglesia no dan abasto para desmentir o dar unas explicaciones que a pocos parecen convencer, nos acostumbran a relacionar sacerdocio con homosexualidad y pedofilia. Todo esto no podemos asumirlo y pasar a otro asunto: merece una reflexión detenida.
Pastores consagrados de la Iglesia aparecen, de pronto, como ejemplo de incontinencia sexual y de comportamiento homosexual y pedófilo, es decir, un compendio de todo lo que rechaza la Iglesia en materia sexual. ¿Cómo ha sido posible? Porque nadie que quiera entender la realidad puede tomarse en serio la afirmación de que esos comportamientos son consecuencia de su pertenencia a la Iglesia, que predica exactamente lo contrario desde hace dos mil años. Y tampoco puede relacionarse con el compromiso de celibato: después de una fase de abstinencia sexual uno no empieza de repente a soñar con menores y deja de soñar con mujeres atractivas: en este campo, para un varón heterosexual los niños carecen de interés. Al contrario, la promesa de vivir el celibato no la hacen los sacerdotes hasta los 25 o 30 años, cuando la identidad sexual está ya plenamente fundada.

El profesor Hans-Ludwig Kröber, director del Instituto de Psiquiatría Forense de la Universidad Libre de Berlín, uno de los más prestigiosos profesores de su especialidad en Alemania, que en su juventud militó en el Partido Comunista, y que se proclama públicamente ateo, ha declarado: "Naturalmente que siempre es posible combatir el celibato y defender el punto de vista de Lutero; pero, en vista de que los delincuentes de abusos sexuales con menores son extraordinariamente raros entre las personas celibatarias, no puede decirse que el celibato es la causa de la pedofilia. El típico pedófilo no es en ningún caso una persona que se esfuerza por vivir la abstinencia sexual".

Entonces, si no surgen del celibato, y si la identidad sexual se forja en los años de la adolescencia, ¿dónde está el origen de estas conductas? Yo creo que la respuesta hay que buscarla, más que en su condición sacerdotal o religiosa, en la sociedad en la que se desenvuelve. ¿Cómo contempla esa sociedad la sexualidad humana? Desde luego, no bajo el prisma de principios cristianos: primero la Ilustración y después la Revolución Francesa separaron la moral de la religión. En el siglo XIX, Frederick Engels planteó la ruptura de la relación heterosexual tradicional como la primera fase de la lucha de clases, y, ya en el siglo XX, Freud concedió a la sexualidad la máxima importancia en la configuración de la personalidad, aunque aceptaba la necesidad de controles y normas para que no se imposibilitase la civilización.

En el último siglo, las ideas marxistas y freudianas han sido radicalizadas por autores-icono, de los que son paradigma Wilhelm Reich y Herbert Marcuse, el primero por su promoción de la satisfacción sexual plena sin condicionamientos, y el segundo por su oposición a cualquier ordenamiento de la sexualidad, sea familiar, moral o social. A esto hay que añadir los trabajos de Alfred Kinsey, que defendió la "naturalidad" de la homosexualidad y de la sexualidad de menores. Ahora sabemos que la investigación de Kinsey estuvo sesgada, y que incluso se permitió "experimentos" sexuales inauditos con niños.

Hoy en día, la propia sociedad civil ha puesto en marcha una iniciativa legislativa para tolerar las relaciones sexuales con menores si se da consentimiento por parte de estos, hace retroceder la edad por debajo de la cual una persona deba considerarse "menor" en lo que se refiere a materia sexual y facilita el ejercicio irresponsable de la sexualidad entre jóvenes incluso al precio de su propia salud.

Claro está que el impulso sexual es poderoso, pero cuando no se fortalece la voluntad para gobernarlo adecuadamente su poder parece multiplicarse. Y cuando la personalidad se forja en estas condiciones, no es de extrañar que la sexualidad se erija en rector de la conducta. ¿Podemos sorprendernos si después nos encontramos con adultos que no han aprendido a dominar su impulso sexual y que buscan su satisfacción sin parar en trabas externas? Aquellos polvos nos han traído estos lodos.

No, ésta no es la cultura de la Iglesia, sino la de nuestra sociedad laica, una cultura que la Iglesia viene combatiendo desde hace dos mil años.