lunes, 8 de febrero de 2010

REFERÉNDUM SOBRE EL ABORTO


JUAN MANUEL DE PRADA. ABC. Lunes , 08-02-10

DIVERSAS organizaciones civiles anuncian la celebración, el próximo 7 de marzo, de una manifestación por la que se reclama la convocatoria de un referéndum sobre la regulación del aborto impulsada por el Gobierno. Referéndum que, como a nadie se le escapa, el Gobierno no convocaría salvo que tuviese la plena seguridad de que su regulación cuenta con el beneplácito de una mayoría social holgada (con la que, como tampoco se le escapa a nadie, no cuenta). Pero, con mayorías o sin mayorías, a favor o en contra de la regulación impulsada por el Gobierno, la petición de convocatoria de un referéndum de estas características constituye un error craso que ataca el fundamento sobre el que se sostiene la defensa de la vida, que no es una cuestión política que pueda someterse al veredicto de las urnas, ni indirecta (mediante votación en las cámaras legislativas) ni directamente (mediante plebiscito). Aceptar que la decisión de una mayoría popular o parlamentaria puede legitimar el crimen es tanto como aceptar que el crimen no puede ser definido objetivamente, sino que su definición depende de percepciones subjetivas o coyunturales; una trampa saducea que aquí se hace más vitanda, pues al fin y a la postre un referéndum de estas características nos obligaría a elegir entre un aborto libre de iure y un aborto libre de facto.

Quienes abogan por este referéndum aducen que la propia Constitución reconoce la posibilidad de convocarlo ante «decisiones políticas de especial trascendencia»; es decir, ante decisiones que afectan a la organización de la «polis», no a los fundamentos que garantizan su supervivencia. Un referéndum puede convocarse para decidir sobre el uso de la energía nuclear, la prohibición del tabaco o el ingreso en organismos internacionales, pero no sobre la licitud del asesinato, el hurto o la pederastia. Cuando las sociedades consideran que estos asuntos pueden regularse mediante meras disposiciones de la voluntad se han convertido en organizaciones criminales. Esto es lo que la nueva regulación sobre el aborto pretende; y tratar de combatir esa pretensión aceptando su premisa es tanto como incurrir en el mismo mal que se desea combatir.

Reclamar que se someta a votación una ley que conculca el derecho a la vida es tanto como admitir que el derecho a la vida puede ser sometido a votación; de hecho, al solicitar que se convoque este referéndum se está reconociendo legitimidad a su resultado, que sea el que fuere resultaría lesivo para el derecho a la vida. Los promotores de esta iniciativa aducen que «no podemos cerrar los ojos a que, de hecho y nos guste o no, en los regímenes democráticos el derecho a la vida se somete a votación». Aquí convendría especificar que no son los regímenes democráticos los que amparan tal dislate, sino la degeneración de tales regímenes en formas de idolatría o cesarismo democrático que, en lo que Zapatero llamaba cínicamente en su plegaria negra de Washington «la propia búsqueda del bien» (o sea, la consecución del interés), no vacilan en pisotear los fundamentos éticos que garantizan su propia supervivencia. Contra la degeneración de los regímenes democráticos no podemos, en efecto, cerrar los ojos ni prestar asentimiento, reclamando la convocatoria de un referéndum sobre una ley que conculca el derecho a la vida. Pues, más allá de lo que deparase ese hipotético referéndum, se está aceptando que mediante votación se pueda legislar sobre los fundamentos éticos que garantizan la supervivencia de la comunidad humana, y hasta su propia calificación de «humana».

Creo, en fin, que a nadie regocijaría tanto la convocatoria de un referéndum de estas características como a los enemigos de la vida. Casi tanto como a mí me duele escribir este artículo.

jueves, 4 de febrero de 2010

LIBRO RECOMENDADO: EL BUEN ADIÓS


AUTORES: JESÚS POVEDA Y SILVIA LAFORET


Miguel Aranguren. ALBA

Con la ilusión de morir como Dios manda

Caí rendido en las cuartillas de Borges en cuanto leí el primer párrafo del primer cuento de “El aleph”. La prosa inteligentísima de ese hombre extraño y cegato, con apariencia de sufrir un severo complejo de Edipo, se me reveló como un milagro, un cuasi milagro de bordador de la palabra, de hilandero semimágico que es capaz de convertir la tinta en delicadas líneas de plata que encajaban a la perfección con aquella cosmopolita y elegante Buenos Aires de comienzos de siglo, cuando de cualquier coche de líneas redondeadas podía bajarse el mismísimo Glend Ford en busca de su Gilda rebelde. Cuando detrás de los espejos se festejaba la juerga de los casinos prohibidos, en los que se mezclaba el personal de embajada con lo más arrabalero de los intérpretes del tango, antes de que éste se convirtiera en un académico baile de salón.

Una de las obsesiones de Borges –una de tantas– era la espiral de la vida, este ir y volver, este secuenciarse los momentos, este nacer para despedir constantemente a los que se van y dar la bienvenida a los que vienen con la piel arrugada y los párpados dormidos, que serán quienes nos dirán adiós. Para Borges la vida, su vida, mi vida, era un cuento más de “Las mil y una noches” que podía repetirse infinitas veces, tantas como lectores se atrevieran a sacar del anaquel de la biblioteca del tiempo el volumen de nuestras dichas y desdichas.

Por todo esto, juzgo que a Borges, el gran Jorge Luis, le gustaría “El buen adiós”, el título con el que Jesús Poveda y Silvia Laforet nos han sorprendido desde la editorial Espasa. Porque el doctor Poveda y la narradora son capaces de adentrarse donde antes nadie había tenido valor de meter la plumilla: en el ventrículo del corazón de la muerte. Pero sin grandilocuencias, don Jorge Luis, tan solo con el poso de la experiencia de más de veinticinco años que Poveda porta sobre su bata de galeno, veinticinco años de atenciones desmedidas a enfermos terminales y a almas heridas por los mordiscos de la vida.

Después de leerlo, me entran ganas de convertirme en hombre anuncio y salir por las calles –pese a las prohibiciones de Gallardón– gritando a todo gritar para que los lectores asalten las librerías. Entre otras cosas, la visión de la muerte de “El buen adiós” es un auténtico antibiótico de felicidad. Porque muy pocos autores tienen valor para hablar así de la muerte, cara a cara, sin dramatismos, con la única obsesión de demostrar que el ser humano es igual de digno cuando le coronan que cuando agoniza, y que se puede agonizar bien atendido, sin dolores, con un cuidado basado en el amor y el sentido común. De alguna manera, Poveda y Laforet nos vienen a contar que se puede morir bien, que podemos anhelar una buena muerte, como anhelaban antaño quienes habían vivido con plenitud.

lunes, 1 de febrero de 2010

LA "DECLARACIÓN DE MANHATTAN"


* No daremos nuestro consentimiento a ningún edicto que nos obligue a nosotros o a las instituciones que dirigimos a participar en o facilitar abortos, investigaciones que destruyen embriones, suicidio asistido, eutanasia, o cualquier otro acto que viole el principio de la profunda, inherente e igual dignidad de todo y cada uno de los miembros de la familia humana.

* No nos inclinaremos ante ninguna regla que nos obligue a bendecir asociaciones sexuales inmorales, a tratarlas como matrimonios o sus equivalentes, o que nos impida proclamar la verdad, como la conocemos, sobre la moralidad, el matrimonio y la familia.

* No nos dejaremos reducir al silencio o a la aceptación sumisa o a la violación de nuestras conciencias por ningún poder en la tierra, sea este cultural o político, sin importar las consecuencias que esto pueda tener para nosotros.

* Daremos al César lo que es del César, en todo y con generosidad. Pero bajo ninguna circunstancia le daremos al César lo que es de Dios.

(Declaración de Manhattan, firmada en noviembre de 2009 por 152 representantes de la Iglesia Católica, de confesiones protestantes y de las Iglesias orientales separadas de Roma)