Os voy una contar una pequeña
anécdota que he vivido personalmente en esta Semana Santa.
Domingo de Resurrección en un
pueblo de montaña. Al terminar la misa invité a pasar a la sacristía, con sus padres, a los 3 niños hermanos que asistieron: recibirían un regalo por ser Pascua. Sólo entraron los dos más pequeños. Les
regalé un pin de Cristo Resucitado. El sacristán además les obsequió, como es
costumbre en la parroquia, con un dulce. Yo entregué a la familia el tercer pin
para el hermano mayor que no entró.
Después les acompañé a la puerta
del templo y allí estaba el mayor, de 9 años, esperando.
- ¿Por qué no has entrado en la
sacristía, has tenido vergüenza? -le pregunté.
El niño miró a su madre.
- Responde al sacerdote -le dijo
su madre.
- Es que le prometí a Jesús que
no tomaría ningún dulce hasta que no terminara la Semana Santa y, aunque es Domingo
de Pascua, todavía no ha terminado.
Me sentí tocado por la
generosidad de aquel niño. Después de la eucaristía fue el mejor regalo de
Pascua que he recibido este año.
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