“Observen atentamente lo que ocurre cada
día en sus parroquias, porque siempre están ocurriendo cosas interesantes.
Tengan tiempo para contemplar a la gente, y descubrirán muchos comportamientos
heroicos, y serán testigos de la magnanimidad de tantas personas que tienen
cerca”.
Éstas eras las palabras que un
periodista nos dirigía a un grupo de sacerdotes hace algún tiempo. Intenté
llevarlas a la práctica y la profecía se cumplió, y se sigue cumpliendo cada
día en la vida de una parroquia. En la gente que tienes cerca se entrecruzan
acontecimientos que están tejidos de heroísmo y generosidad; actitudes
revestidas de sacrificio y alegría al mismo tiempo. Personas corrientes que
viven lo cotidiano sin ser del todo conscientes de que cada instante tiene
entrañas de eternidad. Y en ese “no darse cuenta” de la grandeza de la vida que
están viviendo es precisamente donde radica lo extraordinario de sus vidas.
Estamos rodeados de héroes anónimos: desconocidos para los demás y también para
ellos mismos.
Está esa mujer que ya ha luchado contra
tres cánceres, a cuál más cruel, y sigue saliendo a la calle, bien arreglada,
maquillada, con una sonrisa de oreja a oreja, como si no pasara nada,
fortalecida por su fe, la eucaristía y el apoyo incondicional del cariño de una
familia que la mantiene a flote en medio de tantas tempestades.
Está ese padre de familia que ha perdido
el trabajo y que vive sólo del sueldo mínimo de su esposa, y que hace un
llamamiento a sus cuatro hijos, porque es tiempo de estrecheces. Y cómo los
hijos –adolescentes y jóvenes- reaccionan con alegría reduciendo al máximo sus
caprichos, asumiendo sus deberes de estudio con mayor responsabilidad y,
quitándole importancia al problema, se unen más a sus padres con generosidad de
ánimo y sin victimismos.
Está esa señora mayor que, habiendo sido
relegada por sus hijos, ahora tiene que ir sosteniéndolos con su “paguita”,
porque se están quedando sin nada. Y lo hace con todo el cariño incondicional
de una madre que inmediatamente olvida los desprecios y rechazos de los que
engendró.
Está ese adolescente que, domingo tras
domingo, participa de la eucaristía sólo, sin el grupo de amigos que no quiere
asistir. Y lo hace porque un día se comprometió con Jesús, y no piensa
fallarle. A veces le cuesta cumplir la promesa, pero ¡la cumple!.
Está esa persona que, como ángel de la
guarda, aparece con su sobre con la cantidad exacta de euros que necesitas para
sacar de un apuro a una familia urgentemente necesitada.
Está ese se señor de mediana edad que
con frecuencia te encuentras en el reclinatorio del templo llorando, y al
preguntarle si necesita ayuda, tan sólo te dice: “Lloro de alegría y de dolor,
porque el Señor me quiere tanto, y yo le he negado tantas veces…”.
Y está ese viejecito que, notando
próxima su muerte, te habla con paz de lo que experimenta en esos momentos… Y
sólo descubres en él entrega, trabajo intenso, familia y oración.
Realmente lo más importante está
ocurriendo cerca de nosotros. Doy gracias a Dios por regalarme la posibilidad
de experimentarlo con frecuencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario