“Estoy en el hospital acompañando a un familiar que tiene una enfermedad grave irreversible. Los médicos han dicho que ya es el final y, a partir de ahora, la situación del enfermo se irá haciendo cada vez más crítica. Él todavía desconoce esta última información. Sus familiares queremos que sepa su situación, no queremos ocultarle nada para que se enfrente con dignidad al final de su vida –en la verdad y no en el engaño-, y para darle la oportunidad de solucionar cuestiones de índole espiritual –la paz con Dios y con los demás-, familiar y económico. Pero también tenemos miedo de que al saberlo sufra más y, lo que es peor, caiga en la tristeza y en la desesperanza. No sabemos qué hacer, ni cómo hacerlo”. D.C.M
Estáis viviendo uno de los momentos más delicados de vuestra vida. El dilema que se os presenta es compartido por muchas familias que están sufriendo vuestra misma situación. Sois conscientes de que morir con dignidad lleva consigo que el enfermo conozca la situación real de su estado de salud, para que pueda solventar temas trascendentales antes de que la muerte le sorprenda. Pero no queréis que esa información precipite el final del enfermo.
Es muy difícil dar una respuesta adecuada a esta pregunta directa. Hay que tener en cuenta muchos factores: la edad del enfermo, su formación intelectual, cultural, espiritual, su vida de fe, el apoyo que tiene de su familia, su capacidad personal para llevar el sufrimiento, la información que ha tenido anteriormente sobre la evolución de su enfermedad, etc. Sólo puedo ofrecer algunos puntos fundamentales que se han de tener en cuenta para enfocar convenientemente este caso.
1. Toda persona enferma intuye la gravedad de su situación cuando es consciente de cómo los síntomas de su enfermedad van introduciéndola en un estado preocupante. En estas circunstancias hay enfermos que manifiestan claramente su deseo de conocer plenamente la verdad de su estado. En estos casos omitir información es éticamente reprobable. También puede ocurrir, excepcionalmente, que algunos enfermos que intuyen su situación expresen, abiertamente o de modo sutil, no querer conocer la verdad. En estos casos tal petición también debe ser respetada (de alguna manera ya saben perfectamente que el final está próximo y sólo quieren evitar las palabras que lo notifiquen). Hay un tercer grupo de pacientes que no manifiestan abiertamente su deseo de saber, ni de “no ser informados”. Sólo intuyen pero no dicen nada.
2. Es importante determinar qué persona debe transmitir la verdad al enfermo para evitar versiones distintas de su situación que pueden provocar en el enfermo una sensación de desconcierto y confusión.
3. Se debe tener en cuenta que existe un lenguaje verbal (palabras) y un lenguaje no verbal (gestos, miradas, silencios...). Estos modos de lenguaje son empleados tanto por el que informa como por el enfermo. Tenemos que saber escuchar lo que el enfermo nos dice con todo su ser. El familiar que informa tiene que acompañar las palabras con los gestos de afecto y cariño, de lo contrario no se informará debidamente.
4. Tan perjudicial es para el enfermo omitir información como transmitirla incorrectamente. No podemos “lapidar” al enfermo con la verdad.
5. La información debe ser lenta y progresiva. En la información se debe ir despacio, sin prisa, buscando el momento oportuno, dando sólo los datos que el enfermo pueda asumir en cada momento, sabiendo que él actúa como regulador de la cantidad de información que quiere recibir en cada instante.
6. En la información siempre se le debe transmitir al enfermo esperanza. Esto no significa crearle expectativas de recuperación por parte del familiar que le informa, sino manifestarle ayuda total, permanente e incondicional. El familiar debe manifestar al enfermo que nunca le faltará el acompañamiento, que nunca estará solo, que nunca se sentirá desamparado, porque siempre y en todo momento estará apoyado por quienes le quieren plenamente.
7. Si el enfermo es cristiano, los familiares le facilitarán la conversación espiritual con el sacerdote para recibir la ayuda interna de la gracia que le fortalecerá en esos momentos tan difíciles. También los familiares elevarán sus oraciones al Señor para encontrar las palabras, gestos y momentos oportunos para trasmitir al familiar enfermo la verdad de su situación con delicadeza y cariño.
Estáis viviendo uno de los momentos más delicados de vuestra vida. El dilema que se os presenta es compartido por muchas familias que están sufriendo vuestra misma situación. Sois conscientes de que morir con dignidad lleva consigo que el enfermo conozca la situación real de su estado de salud, para que pueda solventar temas trascendentales antes de que la muerte le sorprenda. Pero no queréis que esa información precipite el final del enfermo.
Es muy difícil dar una respuesta adecuada a esta pregunta directa. Hay que tener en cuenta muchos factores: la edad del enfermo, su formación intelectual, cultural, espiritual, su vida de fe, el apoyo que tiene de su familia, su capacidad personal para llevar el sufrimiento, la información que ha tenido anteriormente sobre la evolución de su enfermedad, etc. Sólo puedo ofrecer algunos puntos fundamentales que se han de tener en cuenta para enfocar convenientemente este caso.
1. Toda persona enferma intuye la gravedad de su situación cuando es consciente de cómo los síntomas de su enfermedad van introduciéndola en un estado preocupante. En estas circunstancias hay enfermos que manifiestan claramente su deseo de conocer plenamente la verdad de su estado. En estos casos omitir información es éticamente reprobable. También puede ocurrir, excepcionalmente, que algunos enfermos que intuyen su situación expresen, abiertamente o de modo sutil, no querer conocer la verdad. En estos casos tal petición también debe ser respetada (de alguna manera ya saben perfectamente que el final está próximo y sólo quieren evitar las palabras que lo notifiquen). Hay un tercer grupo de pacientes que no manifiestan abiertamente su deseo de saber, ni de “no ser informados”. Sólo intuyen pero no dicen nada.
2. Es importante determinar qué persona debe transmitir la verdad al enfermo para evitar versiones distintas de su situación que pueden provocar en el enfermo una sensación de desconcierto y confusión.
3. Se debe tener en cuenta que existe un lenguaje verbal (palabras) y un lenguaje no verbal (gestos, miradas, silencios...). Estos modos de lenguaje son empleados tanto por el que informa como por el enfermo. Tenemos que saber escuchar lo que el enfermo nos dice con todo su ser. El familiar que informa tiene que acompañar las palabras con los gestos de afecto y cariño, de lo contrario no se informará debidamente.
4. Tan perjudicial es para el enfermo omitir información como transmitirla incorrectamente. No podemos “lapidar” al enfermo con la verdad.
5. La información debe ser lenta y progresiva. En la información se debe ir despacio, sin prisa, buscando el momento oportuno, dando sólo los datos que el enfermo pueda asumir en cada momento, sabiendo que él actúa como regulador de la cantidad de información que quiere recibir en cada instante.
6. En la información siempre se le debe transmitir al enfermo esperanza. Esto no significa crearle expectativas de recuperación por parte del familiar que le informa, sino manifestarle ayuda total, permanente e incondicional. El familiar debe manifestar al enfermo que nunca le faltará el acompañamiento, que nunca estará solo, que nunca se sentirá desamparado, porque siempre y en todo momento estará apoyado por quienes le quieren plenamente.
7. Si el enfermo es cristiano, los familiares le facilitarán la conversación espiritual con el sacerdote para recibir la ayuda interna de la gracia que le fortalecerá en esos momentos tan difíciles. También los familiares elevarán sus oraciones al Señor para encontrar las palabras, gestos y momentos oportunos para trasmitir al familiar enfermo la verdad de su situación con delicadeza y cariño.
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