Hace mucho tiempo pude ver en televisión un episodio de una serie que tenía como estrella a una buena actriz cómica norteamericana. Aquel episodio se centraba en la historia de una mujer que seguía con pasión las telenovelas: sufría cuando los protagonistas estaban enfermos en el hospital, se emocionaba con sus amores y se llenaba de ira ante las injusticias que sufrían. Mientras tanto, al lado de la televidente, su esposo le suplicaba un poco de atención porque un ataque de tos le estaba ahogando. La esposa, embebida en la serie que contemplaba, despreciaba con su indiferencia al marido enfermo, e incluso le gritaba que la dejara tranquila porque estaba viendo su serie favorita. Al final de aquel episodio, podíamos ver al marido solo y casi asfixiado, y su esposa llorando por la suerte del protagonista de la telenovela.
Y esto ocurre con frecuencia en la vida real. La televisión o el ordenador –que son grandes avances técnicos- los convertimos en el centro de nuestra vida. Ellos acaparan la gran mayoría del tiempo libre, aislándonos de los demás. Podemos empezar entonces una inversión de la realidad: lo que tenemos cerca –nuestra familia- lo convertimos en virtual, y lo que la televisión o el ordenador nos muestra, en la única realidad.
La historia que aparece a continuación, que alguien me regaló, refleja muy bien el protagonismo que estos medios técnicos están ocupando en nuestra existencia.
EL NIÑO QUE QUERÍA SER TELEVISOR
Señor, no quiero pedirte nada especial ni inalcanzable, como ocurre con otros niños que se dirigen a ti cada noche. Tú eres bueno y proteges a todos los niños de la tierra, hoy quiero pedirte un gran favor, sin que se enteren mis padres.
Transfórmame en un televisor, para que mis padres me cuiden como cuidan al televisor, para que me miren con el mismo interés con que mi madre mira su telenovela preferida, o mi padre su programa deportivo favorito.
Quiero hablar como ciertos animadores que cuando lo hacen, toda mi familia se calla para escucharlos con atención y sin interrumpirlos.
Quiero ver a mi madre suspirar frente a mí como lo hacen cuando mira un desfile de modas, o poder hacer reír a mi padre como lo logran ciertos programas humorísticos, o simplemente que me crean cuando les cuento mis fantasías sin necesidad de decir ¡es cierto! yo lo escuché en la tele.
Quiero representar al televisor para ser el rey de la casa, el centro de atención que ocupa el mejor lugar para que todas las miradas se dirijan a mí. Quiero sentir sobre mí la preocupación que experimentan mis padres cuando el televisor comienza a fallar y rápidamente llaman al técnico.
Quiero ser televisor para ser el mejor amigo de mis padres, el héroe favorito, el que más influya en sus vidas, el que recuerde que soy su hijo y el que, ojalá, les mostrara más paz que violencia.
Señor por favor, déjame ser televisor aunque sea por un día.
Y esto ocurre con frecuencia en la vida real. La televisión o el ordenador –que son grandes avances técnicos- los convertimos en el centro de nuestra vida. Ellos acaparan la gran mayoría del tiempo libre, aislándonos de los demás. Podemos empezar entonces una inversión de la realidad: lo que tenemos cerca –nuestra familia- lo convertimos en virtual, y lo que la televisión o el ordenador nos muestra, en la única realidad.
La historia que aparece a continuación, que alguien me regaló, refleja muy bien el protagonismo que estos medios técnicos están ocupando en nuestra existencia.
EL NIÑO QUE QUERÍA SER TELEVISOR
Señor, no quiero pedirte nada especial ni inalcanzable, como ocurre con otros niños que se dirigen a ti cada noche. Tú eres bueno y proteges a todos los niños de la tierra, hoy quiero pedirte un gran favor, sin que se enteren mis padres.
Transfórmame en un televisor, para que mis padres me cuiden como cuidan al televisor, para que me miren con el mismo interés con que mi madre mira su telenovela preferida, o mi padre su programa deportivo favorito.
Quiero hablar como ciertos animadores que cuando lo hacen, toda mi familia se calla para escucharlos con atención y sin interrumpirlos.
Quiero ver a mi madre suspirar frente a mí como lo hacen cuando mira un desfile de modas, o poder hacer reír a mi padre como lo logran ciertos programas humorísticos, o simplemente que me crean cuando les cuento mis fantasías sin necesidad de decir ¡es cierto! yo lo escuché en la tele.
Quiero representar al televisor para ser el rey de la casa, el centro de atención que ocupa el mejor lugar para que todas las miradas se dirijan a mí. Quiero sentir sobre mí la preocupación que experimentan mis padres cuando el televisor comienza a fallar y rápidamente llaman al técnico.
Quiero ser televisor para ser el mejor amigo de mis padres, el héroe favorito, el que más influya en sus vidas, el que recuerde que soy su hijo y el que, ojalá, les mostrara más paz que violencia.
Señor por favor, déjame ser televisor aunque sea por un día.
Muy bonita la historia del niño que quería ser televisor. Es posible que también algunos padres deseen convertirse en PCs, pues no son pocos los jóvenes que dedican más tiempo a estar delante de la pantalla del ordenador que a dialogar con sus padres y hermanos.
ResponderEliminaresas historias son muy ciertas... creo que es tiempo de reflexionar y mirar lo que hacemos.
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