Juan
Orellana (Alfa & Omega)
Es
admirable ver el progreso del mirobrigense Pablo Moreno en su carrera de
director de cine. Desde su primera producción, claramente amateur, Jesús, el
peregrino de la luz (2006), ha ido dando pasos seguros en oficio y nivel de
producción, mejorando progresivamente en Talitá Kum (2007), Pablo de Tarso, el
último viaje (2009), hasta llegar a Un Dios prohibido.
Con esta sorprendente película Pablo Moreno
afronta varios retos de una tacada: abandonar la temática bíblica, dirigir un
importante elenco de actores y asumir un presupuesto y diseño de producción
sensiblemente superiores a los anteriores. Y el resultado le promociona a
primera división, y nos permite augurarle una brillante carrera en la liga profesional.
Esta película es un encargo de la congregación
claretiana, y su objetivo es la recreación de esas semanas que precedieron, en
agosto de 1936, al martirio de un grupo de 51 seminaristas y sacerdotes
claretianos de Barbastro, martirio precedido por las torturas y asesinato del
Obispo de la diócesis, el beato Florentino Asensio. Y aquí estriba el reto
principal que, tanto el guionista Juanjo Díaz Polo como el director, han
resuelto notablemente: contar una historia de odio sin odio y mostrar unos hechos
brutales sin morbo. La ausencia en Un Dios prohibido de maniqueísmos,
revanchismos, simplismos… y tantos “ismos” que lastran la mayoría de nuestras
películas sobre la contienda nacional, es sin duda su mejor baza.
La película es eminentemente coral. Muchos
actores y muy bien dirigidos. Son protagonistas los religiosos y son
protagonistas las milicias populares. Y en cada colectivo hay algunas
individualidades más desarrolladas desde el punto de vista dramático,
enriquecidas con matices y complejidades, como es el caso de Esteban (Javier
Suárez), un seminarista que quiere ser seducido y salvado por Trini, una
miliciana (Elena Furiase); o el líder de la CNT, Eugenio Sopena (interpretado
por Jacobo Muñoz, director del casting), que trató de imponer la moderación a
las hordas anarquistas, o el hermano Vall, cocinero del seminario (Juan
Lombardero), un testigo sufriente de toda aquella barbarie. Por poner algunos
ejemplos.
La película ante todo es el testimonio de fe
de unos jovencísimos seminaristas a quienes ofrecen la libertad a cambio de
colgar la sotana. No están interesados en hacer política ni buscan polemizar
con los republicanos. Sólo quieren ser fieles a su vocación y obedientes a la
voluntad de Dios. No se sienten llamados
al heroísmo, pero no pueden negar a Cristo. Simple y llanamente.
Es inevitable encontrar en este film ecos de
películas portentosas recientes como De dioses y hombres (Xavier Beauvois,
2010), El noveno día (Volker Schlöndorff, 2004) o Encontrarás dragones (Roland
Joffé, 2010). Obviamente no estamos hablando de modelos de producción
semejantes, pero la propuesta de fondo en similar en lo que a nitidez del
testimonio se refiere. Cabe destacar el uso que se ha hecho del presupuesto,
exprimiendo hasta el último euro a favor de la película. No es fácil encontrar
películas de época con tan escaso margen financiero. Contracorriente
Producciones, de Ciudad Rodrigo, es la responsable de este largometraje, con el
que marca un punto y aparte en su trayectoria empresarial. Los jóvenes no
deberían dejar de ver esta conmovedora historia de perdón y de amor al Ideal,
que cubre una laguna de nuestra historiografía fílmica de la Guerra Civil.
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