Hoy, 16 de agosto, hace 200 años nació San Juan Bosco,
uno de los grandes regalos de Dios a la Iglesia y el mundo. Con motivo de este bicentenario el Papa
Francisco ha escrito la siguiente carta:
COMO DON BOSCO, CON LOS JÓVENES Y PARA LOS JÓVENES
Está viva en la Iglesia la memoria de san Juan Bosco, en
cuanto fundador de la Congregación salesiana, de las Hijas de María
Auxiliadora, de la Asociación de los Salesianos Cooperadores y de la Asociación
de María Auxiliadora, y como padre de la Familia Salesiana de hoy. También está
viva en la Iglesia su memoria como santo educador y pastor de los jóvenes, que
ha abierto un camino de santidad juvenil, que ha ofrecido un método de
educación que es al mismo tiempo una espiritualidad, que ha recibido del Espíritu
Santo un carisma para los tiempos modernos.
En el bicentenario de su nacimiento he tenido la alegría
de encontrar a la Familia Salesiana reunida en Turín, en la Basílica de María
Auxiliadora, donde reposan los restos mortales del Fundador. Con este mensaje
deseo unirme nuevamente a vosotros en la acción de gracias a Dios; al mismo
tiempo, deseo recordar los aspectos esenciales del legado espiritual y pastoral
de Don Bosco, y exhortar a vivirlos con valentía.
Italia, Europa y el mundo han cambiado mucho en estos dos
siglos, pero el alma de los jóvenes no: también hoy los muchachos y las chicas
están abiertos a la vida y al encuentro con Dios y con los demás, pero hay
tantos con riesgo de desánimo, de anemia espiritual y de marginación.
Don Bosco nos enseña, ante todo, a no quedarnos mirando,
sino a ponernos en primera línea, para ofrecer a los jóvenes una experiencia
educativa integral que, sólidamente basada sobre la dimensión religiosa,
involucre la mente, los afectos, toda la persona, considerada siempre como
creada y amada por Dios. De aquí deriva una pedagogía genuinamente humana y
cristiana, animada por la preocupación preventiva e inclusiva, especialmente
para los jóvenes de los sectores populares y de los grupos marginales de la
sociedad, a los cuales ofrece también la posibilidad de la instrucción y de
aprender un oficio, para ser buenos cristianos y honestos ciudadanos. Operando
para la educación moral, civil, cultural de los jóvenes, Don Bosco ha obrado
para el bien de las personas y de la sociedad civil, según un proyecto de
hombre que conjuga alegría – estudio – oración, y también trabajo – religión –
virtud. De tal camino forma parte integrante la maduración vocacional, a fin de
que cada uno asuma en la Iglesia la forma concreta de vida a la cual el Señor
lo llama. Esta amplia y exigente visión educativa, que Don Bosco ha concentrado
en el lema “Da mihi animas”, ha realizado lo que hoy expresamos con la fórmula
«educar evangelizando y evangelizar educando» (Congregación para el
Clero,Directorio general para la catequesis [15 agosto 1997], n. 147).
Un rasgo característico de la pedagogía de Don Bosco es
la «amorevolezza», la amabilidad, a entenderse como amor manifestado y
percibido, en el cual se revelan la simpatía, el afecto, la comprensión y la
participación en la vida del otro. Él afirma que en el ámbito de la experiencia
educativa no basta amar, sino que es necesario que el amor del educador se
exprese mediante gestos concretos y eficaces. Gracias a tal amabilidad tantos
niños y adolescentes en los ambientes salesianos han experimentado una intensa
y sana afectividad, muy preciosa para la formación de la personalidad y para el
camino de la vida.
En este cuadro de referencia se colocan otros rasgos
distintivos de la praxis educativa de Don Bosco: ambiente de familia; presencia
del educador como padre, maestro y amigo del joven, expresado por un término
clásico de la pedagogía salesiana: la asistencia; clima de alegría y de fiesta;
amplio espacio dado al canto, a la música y al teatro; importancia del juego,
del patio de recreación, de los paseos y del deporte.
Podemos resumir así los aspectos salientes de su figura:
él vivió la entrega total de sí a Dios como un impulso para la salvación de las
almas y vivió la fidelidad a Dios y a los jóvenes en un mismo acto de amor.
Estas actitudes lo han llevado a “salir” y a concretar decisiones valientes: la
elección de dedicarse a los jóvenes pobres, con la intención de realizar un
vasto movimiento de pobres para los pobres, y la elección de ampliar tal servicio
más allá de las fronteras de lengua, raza, cultura y religión, gracias a un
incansable impulso misionero. Él concretó este proyecto con estilo acogedor,
alegre y de simpatía, en el encuentro personal y en el acompañamiento de cada
uno.
Él supo suscitar la colaboración de santa María Dominga
Mazzarello y la cooperación de los laicos, generando la Familia Salesiana que,
como gran árbol, ha recibido y desarrollado su herencia.
En síntesis, Don Bosco vivió una gran pasión por la
salvación de la juventud, manifestándose testimonio creíble de Jesucristo y
anunciador genial de su Evangelio, en comunión profunda con la Iglesia, en
particular con el Papa. Vivió en continua oración y unión con Dios, con una
devoción fuerte y tierna a la Virgen, por él invocada como Inmaculada y
Auxiliadora de los cristianos, con el beneficio de experiencias místicas y del
don de milagros para sus jóvenes.
También hoy la Familia Salesiana se abre hacia nuevas
fronteras educativas y misioneras, recorriendo las sendas de los nuevos medios
de comunicación social y las de la educación intercultural junto a pueblos de
religiones diversas, o de Países en vías de desarrollo, o de lugares signados
por la inmigración. Los desafíos de la ciudad de Turín del siglo XIX han
asumido dimensiones globales: idolatría del dinero, desigualdad que genera
violencia, colonización ideológica y retos culturales legados a los contextos
urbanos. Algunos aspectos involucran más directamente al mundo juvenil, como la
difusión de internet, y, por lo tanto, os interpela, hijos e hijas de Don
Bosco, que sois llamados a trabajar considerando, junto a las heridas, también
los recursos que el Espíritu Santo suscita en situaciones de crisis.
Como Familia Salesiana estáis llamados a reavivar la
creatividad carismática dentro y más allá de vuestras instituciones educativas,
poniéndoos con dedicación apostólica sobre los senderos de los jóvenes,
particularmente de aquellos de las periferias.
«La pastoral juvenil, tal como estábamos acostumbrados a
desarrollarla, ha sufrido el embate de los cambios sociales. Los jóvenes, en
las estructuras habituales, no suelen encontrar respuestas a sus inquietudes,
necesidades, problemáticas y heridas. A los adultos nos cuesta escucharlos con
paciencia, comprender sus inquietudes o sus reclamos, y aprender a hablarles en
el lenguaje que ellos comprenden» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 105). Hagamos
de tal manera, como educadores y como comunidad, que podamos acompañarlos en su
camino, de modo que se sientan felices de llevar a Jesús en cada calle, en cada
plaza, en todos los rincones de la tierra (cfr. ibid., 106).
Don Bosco os ayude a no defraudar las aspiraciones
profundas de los jóvenes: la necesidad de vida, apertura, alegría, libertad,
futuro; el deseo de colaborar en la construcción de un mundo más justo y
fraterno, en el desarrollo para todos los pueblos, en la tutela de la
naturaleza y de los ambientes de vida. Con su ejemplo, los ayudaréis a
experimentar que solo en la vida de gracia, es decir, en la amistad con Cristo,
se cumplen en pleno los ideales más auténticos. Tendréis la alegría de
acompañarlos en la búsqueda de síntesis entre fe, cultura y vida, en los
momentos en que se toman las decisiones difíciles, cuando se busca interpretar
una realidad compleja.
Señalo en particular dos tareas que nos llegan hoy del
discernimiento sobre la realidad juvenil: la primera es la de educar según la
antropología cristiana en el lenguaje de los nuevos medios de comunicación y de
las redes sociales, que plasma en profundidad los códigos culturales de los
jóvenes, y por lo tanto, la visión de la realidad humana y religiosa; la
segunda es promover formas de voluntariado social, no resignándose a las
ideologías que anteponen el mercado y la producción a la dignidad de la persona
y al valor del trabajo.
Ser educadores que evangelizan es un don de naturaleza y
de gracia, pero es también fruto de formación, estudio, reflexión, oración y
ascesis. Don Bosco decía a los jóvenes: «Yo por vosotros estudio, por vosotros
trabajo, por vosotros vivo, por vosotros estoy dispuesto incluso a dar mi vida»
(Constituciones Salesianas, art. 14).
Hoy, más que nunca, de frente a lo que el Papa Benedicto
XVI muchas veces ha señalado como «emergencia educativa» (cfr. Lettera alla
diocesi e alla città di Roma sul compito urgente dell'educazione, 21 de enero
de 2008), invito a la Familia Salesiana a favorecer una eficaz alianza
educativa entre las diversas agencias religiosas y laicas para caminar, con la
diversidad de los carismas, en favor de la juventud de los diversos
continentes. En particular recuerdo la inderogable necesidad de implicar a las
familias de los jóvenes. No puede haber, de hecho, una eficacia pastoral
juvenil sin una válida pastoral familiar.
El salesiano es un educador que, en la multiplicidad de
las relaciones y de los empeños, hace resonar siempre el primer anuncio, la
bella noticia que directamente o indirectamente no puede faltar jamás:
«Jesucristo te ama, dio su vida para salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada
día, para iluminarte, para fortalecerte, para liberarte» (Exhort. ap. Evangelii
gaudium, 164). Ser discípulos fieles a Don Bosco requiere renovar la opción
catequística que fue su empeño permanente, a ser comprendida en la misión de
una nueva evangelización (crf. Ibid., 160-175). Esta catequesis evangelizadora
merece el primer lugar en las instituciones salesianas, y debe ser realizada
con competencia teológica y pedagógica y con un testimonio transparente del
educador. Se necesita un camino que comprenda la escucha de la Palabra de Dios,
la frecuencia a los Sacramentos, en particular la Confesión y la Eucaristía, y
la relación filial con la Virgen María.
Queridos hermanos y hermanas salesianos, Don Bosco
testimonia que el cristianismo es fuente de felicidad, porque es el Evangelio
del amor. Es de esta fuente que, también en la práctica educativa salesiana, la
alegría y la fiesta encuentran consistencia y continuidad. «Llegamos a ser
plenamente humanos cuando somos más que humanos, cuando le permitimos a Dios
que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más
verdadero. Allí está el manantial de la acción evangelizadora» (Exhort. ap.
Evangelii gaudium, 8).
Las expectativas de la Iglesia respecto al cuidado de la
juventud son grandes; grande es pues el carisma que el Espíritu Santo ha donado
a san Juan Bosco, carisma llevado adelante por la Familia Salesiana con
dedicación apasionada por la juventud en todos los continentes y con el
florecimiento de numerosas vocaciones para la vida sacerdotal, religiosa y
laical. Por lo tanto quiero expresaros un aliento cordial a fin de asumir el
legado de vuestro fundador y padre con la radicalidad evangélica que ha sido
suya en el pensar, hablar y obrar, con la competencia adecuada y con generoso
espíritu de servicio, como Don Bosco, con los jóvenes y para los jóvenes.
Vaticano, 24 de junio de 2015
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