En una sociedad democrática, como la nuestra, parece que todo
el mundo puede opinar de todo excepto la Iglesia, que debe permanecer muda ante
cuestiones que afectan al ser humano en su raíz. Todos dicen lo que les viene en gana sobre
todos los temas habidos y por haber, pero si un cardenal de la Iglesia Católica
recuerda lo que han enseñado los Papas sobre
la identidad del ser humano desde la perspectiva de la Antropología Teológica, lo someten a un linchamiento absoluto. Es la dictadura del pensamiento único.
He querido traer a este blog un artículo de Benigno Blanco, publicado estos días en LA RAZON, que desenmascara esta postura tan
contradictoria con una democracia real.
CAÑIZARES Y EL NUEVO
TOTALITARISMO DE GÉNERO
Benigno Blanco
Un cardenal, Antonio Cañizares, advierte en una homilía del
ataque a la libertad y a la familia que supone la ideología de género y de su
carácter incompatible con la visión cristiana del hombre. Esto no debiera ser
noticia, pues es, sin más, es evidente que la ideología de género es una
antropología radicalmente opuesta a la cristiana como acredita la literatura
científica al respecto (cfr. por ejemplo las recientes obras de María Calvo y
Jesús Trillo-Figueroa al respecto) y así lo han dicho reiteradamente los
últimos Papas, tanto Benedicto XVI como Francisco. Y también es evidente que la
agenda política de género es, junto al fundamentalismo islamista, la mayor
amenaza a las libertades que existe hoy en el mundo occidental, pues ambas
ideologías exigen que los poderes públicos hagan suya e impongan a todos la
visión de la persona y la sexualidad de unos pocos acabando así con la libertad
de pensamiento, ideológica y religiosa; pues es también evidente que en materia
de sexualidad coexisten varias concepciones en nuestra sociedad y, si una se
impone ex lege, quienes no la compartan se verán privados de su libertad de
pensar y opinar.
Lo dicho por Cañizares es lo que se podía esperar de un
obispo católico. Noticia relevante hubiera sido que hubiera dicho lo contrario,
que hubiera afirmado que el ser humano no tiene sexo, sino que se crea a sí
mismo en materia sexual definiendo autónomamente su «género» y que esa
autodefinición es el único criterio relevante en materia sexual; que hubiera
defendido que el único criterio moral en materia sexual es la autónoma libertad
de autoconfiguración de cada individuo, que el hombre no es, sino que se hace.
Si un cardenal hubiese hecho estas afirmaciones radicalmente contradictorias
con la fe cristiana y propias de la ideología de género, entendería que los
medios de comunicación se ocupasen del tema, pues sería una noticia relevante,
como si Pablo Iglesias declarase que el capitalismo es el ideal y la supresión
de impuestos y la desregulación del mercado laboral, su ideal político. Pero si
Cañizares reafirma la visión de la sexualidad cristiana o Pablo Iglesias sus
tópicos marxistas...no veo la noticia ni la novedad. Y, sin embargo, se ha
desatado una ola de ataques e insultos desaforados a Cañizares acompañada de
querellas y denuncias.
¿Por qué el ataque a Cañizares en los medios, en el
Parlamento valenciano y las querellas o denuncias contra él? Porque tiene razón
en lo que dice: algunos, los portavoces de la ideología de género y, en particular,
el «lobby» autodenominado LGTBI quieren suprimir la libertad de pensamiento en
materia de sexualidad en nuestra sociedad y aprovechan casos como éste para
atacar, atemorizar y laminar a quienes tienen otra visión de la sexualidad y
así imponer la suya propia como la única que se puede exponer y defender. Es el
nuevo totalitarismo de género que amenaza nuestras libertades y empieza a
concretarse jurídicamente en las leyes que van aprobando las CC AA que –bajo el
título inocente de lucha contra la discriminación– imponen la ideología de
género en todos los sectores de la vida pública, empresarial y en el sistema
educativo con notorio desprecio a la libertad de pensamiento en materia de
sexualidad.
Frente a este nuevo totalitarismo de género, afirmo que: Se
puede opinar sobre la sexualidad y, por tanto, también sobre la homosexualidad
como sobre la heterosexualidad. La visión de la sexualidad de los adalides del
género se puede defender como la de los cristianos o los budistas, pero el
Estado no debe hacer suya ni una ni otra, ni menos imponer una en concreto a
todos.
Obligar a educar en clave de género en todas las escuelas a
todos los escolares es totalitario y desconoce derechos humanos básicos, aunque
lo aprueben por unanimidad los parlamentarios del PP, del PSOE, de Ciudadanos y
de Podemos en algunas comunidades como Murcia o Madrid.
Defender la ética sexual tradicional cristiana es tan
legítimo al menos como defender la de género; y los poderes públicos no pueden
imponer ni la una ni la otra. Estas confrontaciones son el terreno propio de la
libertad.
Convertir la fiesta del Orgullo Gay y la bandera arco iris
en fiesta y bandera oficiales como hace la reciente ley de la Región de Murcia
en la materia –¡con los votos a favor incluso del PP!– es manifestación de un
asalto partidista al poder público como no veíamos desde los años 30 del siglo
pasado.
Discrepar de los planteamientos de género no es ningún
ataque a los homosexuales ni expresa odio a éstos, como discrepar del comunismo
no es odiar a los pobres por mucho que los comunistas quieran presentarse como
los únicos legítimos defensores de éstos.
Las opiniones sobre sexualidad son opiniones sobre la
humanidad y pertenecen, por tanto, al terreno propio de las libertades de
pensamiento, ideológica y religiosa y no a la esfera legítima de intervención
de los poderes públicos en una sociedad democrática.
Identificar la discrepancia con las ideas de género sobre la
sexualidad con delitos de odio a los homosexuales es una argucia de marketing
propagandístico que tiene caracteres de trampa liberticida que no podemos
consentir.
Yo estoy convencido de que la ideología de género es un
inmenso error antropológico y tengo derecho a decirlo, como lo tiene Cañizares.
Y por eso mismo me veo en la obligación de denunciar las leyes que se vienen
aprobando últimamente en varias comunidades autónomas como leyes inaceptables
de privilegios para los «lobbies» LGTBI defensores de la ideología de género en
detrimento de las libertades de todos. Y, por eso, defiendo la libertad del
cardenal Cañizares de opinar con libertad sobre la ideología de género y el
«imperio» de los «lobbies» que la defienden. Y aclaro que no odio a los
homosexuales, sino que me limito a oponerme –usando mi libertad– a un «lobby» y
a una ideología defendidos por homosexuales y heterosexuales, como hay
homosexuales que no defienden ni a ese «lobby» ni a esa ideología. Ésta no es
una disputa entre homosexuales y heterosexuales, sino una disputa entre
distintas concepciones sobre la sexualidad.
Cuando en una democracia hay un debate ideológico y político
legítimo y uno de los bandos quiere ilegalizar al otro y prohibirle expresarse
como intenta hoy el «lobby» LGTBI en España con los que discrepan de él, la
democracia está en peligro. Y cuando esos mismos logran que las leyes y las
instituciones públicas hagan suya su ideología, sus símbolos y sus fiestas como
empieza a suceder hoy ya en España, la libertad empieza a decrecer
peligrosamente en un plano deslizante que da miedo según nos enseñan fenómenos
semejantes en la historia, pues así empiezan todas las dictaduras
fundamentalistas: confundiendo a una parte con el todo hasta la anulación de la
otra parte con un amplio abanico de fórmulas que van desde la negación de los
derechos civiles hasta el exterminio.
La mejor manera de defender la libertad es ejerciéndola. Por
eso: gracias, Cañizares, por hablar claro.
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