Vittorio Messori. LA RAZÓN. 28.06.2010
Desde Bélgica, para la Iglesia católica, llegan buenas noticias. ¿Buenas? Quizá sí, al menos desde una perspectiva de «realpolitik». En efecto, incluso quien puede que tenga razón pasa, si exagera, a la parte equivocada. Y es que, por seguir con el refrán, mata más el ridículo que la espada.
Comenzamos con la exageración –no se sabe si grotesca o innoble– de la magistratura belga, que envía una brigada de gendarmes para secuestrar a la Conferencia Episcopal del país al completo. Severos oficiales confiscan todos los teléfonos de los prelados y les impiden toda comunicación con el exterior. Pero ¿para impedir qué? ¿Que los obispos llamen al Vaticano pidiendo un blitz liberador de la Guardia Suiza, sección paracaidistas? ¿Que nadie avise a algún monseñor, dedicado a prácticas indecorosas en el mismo edificio, no sea que se recomponga enseguida y despida rápidamente al menor, dado que han llegado a casa severos custodios de la moralidad laica? ¿Que no llamen a sus cómplices de cada diócesis para que hagan desaparecer toda huella de ejercicio sexualmente incorrecto, después de que desde hace años en Bélgica –y no sólo allí– todo ha sido cribado tanto por las autoridades religiosas como por las estatales?
De vodevil ha sido también lo del coronel comandante de la operación que, ante el pasaporte diplomático del nuncio apostólico, presente en la reunión episcopal, consulta con sus superiores y éstos con el ministro (virtual, por otra parte, dado que hace tiempo que Bélgica ya no tiene gobierno). Al fin, aunque con cierto remordimiento, dejan salir al nuncio, al parecer, con teléfono móvil y todo. Y astuta, y ciertamente fructífera también la intervención de los técnicos informáticos para el requisamiento del disco duro del cardenal Primado: muy probable, en efecto, que el anciano purpurado tuviera precisamente allí mensajes y fotos comprometidas, y quién sabe si intercambios de afectuosidad con jovencitos por el Facebook.
Pero el ridículo más devastador para la magistratura de asalto belga ha llegado con la profanación de las tumbas de los dos cardenales arzobispos en la cripta de la milenaria, espléndida catedral de Malinas, Mechelen en flamenco, que por antiguo privilegio, es todavía la metrópolis religiosa del país. No excluyamos otros en los que, aparte de Dan Brown, también Umberto Eco podría inspirarse para añadir un capítulo a una nueva edición de «El péndulo de Foucault». Que, como ya saben, es una sarcástica tomadura de pelo sobre personajes como estos jueces, obsesionados con enigmas, misterios, códigos secretos: siempre y únicamente católicos, se entiende. Los inquisidores, evidentemente ya crédulos por sí solos, han caído en la broma de un burlón: «Id a la catedral antigua, bajad a la oscura cripta, abrid los venerados sepulcros de los purpurados: allí encontraréis los pergaminos que prueban el complot de los sacerdotes actuales, adeptos a cultos pederastas como ya lo fueron sus predecesores, los Templarios...».
Todos saben, de hecho, que el modo más rápido y seguro de ocultar dossieres comprometidos es convocar una cuadrilla de obreros, hacerlos trabajar durante horas ante dos sarcófagos artísticos para levantar la pesadísima losa de piedra sin dañarla demasiado, levantarla con la maquinaria apropiada y, antes de volverlos a cerrar y sellar, rellenarlos con documentos que testifican los ritos obscenos de los prelados. Todo de noche, obviamente, dado que la catedral de Malinas es una de las más frecuentadas, no sólo por los devotos, sino también por los turistas, que podrían sosprechar del vaivén de albañiles y de medios.
¿Pero qué hacer, después, con esos obreros? Sabemos que los egipcios, terminado y cerrado el acceso al laberinto que llevaba a la cámara funeraria de la pirámide, procedían allí mismo al degollamiento ritual de todos aquellos que, al haber trabajado allí, conocían el secreto. Pero es algo que recuerdo en voz baja, porque no querría que los belgas me tomaran en serio y se pusieran a calibrar posibilidades de una masacre de albañiles ordenada por el Primado.
Bélgica, Estado confuso
En cualquier caso, dejando aparte el amargo humor negro, el caso de los abusos sexuales es demasiado grave como para dejarlo en las manos de semejantes inquisidores. El Secretario de Estado ha hecho su trabajo protestando, pero mejor que deje estar a los bolcheviques rusos y a los anarquistas españoles, que eran terriblemente serios en su ferocidad. Se podría, en cambio, recordar cosas evidentes pero olvidadas de una Bélgica que se jacta de ser uno de los países más secularizados, donde la marginación de los católicos crece cada día más. El Estado nació, en 1830, por la libre unión de valones y flamencos: hablaban lenguas distintas, tenían tradiciones e historias distintas, pero estaba unidos por un catolicismo sólido y ferviente. Por tanto, no soportaban la sumisión al persecutorio calvinismo holandés. La unión duró mientras que el País se reconoció católico: ahora, diluido ese adhesivo, Bélgica es ya una ficción ingobernable. Quizá, semejantes operaciones confirman la confusión de un Estado que desde hace años no consigue formar ni siquiera un Gobierno, pero, al menos en la «intelligentzia», parece unido sólo por la aversión anti romana.
Vittorio MESSORI es escritor y periodista