viernes, 22 de noviembre de 2019

¿QUÉ ES LA SANTIDAD?


SANTIDAD es luchar contra los propios defectos constantemente
SANTIDAD es cumplir el deber de cada instante, sin buscarse excusas.
SANTIDAD es servir a los demás, sin desear compensaciones de ningún género.
SANTIDAD es buscar la presencia de Dios –el trato constante con Él- con la oración y con el trabajo, que se funden en un diálogo perseverante con el Señor.
SANTIDAD es celo por las almas, que lleva a olvidarse de uno mismo
SANTIDAD es la respuesta positiva de cada momento en nuestro encuentro personal con Dios

(San Josemaría Escrivá, Tertulia 1971. Citado por Mons. Javier Echevarría, en Memoria de San Josemaría Escrivá)

martes, 19 de noviembre de 2019

LA PERSONA QUE EMPEZÓ A DERRIBAR EL MURO



Estamos celebrando el 30º aniversario de la “caída” –no cayó, lo tiraron- del Muro de Berlín. Un Muro hecho de hormigón, rodeado de alambradas y de minas. Un Muro donde se estrellaba el deseo de libertad de tantas personas. Un Muro levantado por un sistema político sin Dios. Un Muro ante el cual muchos “intelectuales” europeos callaron porque, según ellos, detrás de él había un paraíso sin paro, donde todos eran iguales, donde el Estado velaba por todos… Pero la gente de ese “paraíso” se sentía encarcelada. El paraíso comunista era falso. Era un timo. Era una horrible burla. Muchos pintaron con su sangre el hormigón del Muro en su intento de atravesarlo. Muchos murieron sin ver cumplidos los deseos de una sociedad verdaderamente libre.

Pero la Verdad no puede estar encerrada mucho tiempo. Los seres humanos no pueden ser tratados como “números sin rostro” durante mucho tiempo. Cuando un sistema atenta contra la dignidad humana, sus días están contados. Y el Muro tenía que caer. O mejor, debía ser derribado con la fuerza de la Verdad y del Amor.


Un hombre vino del Este. Vino a la Sede de Pedro y desde allí, con la fuerza del Espíritu en su cuerpo y en su voz, empezó a derribar ese Muro de Odio amasado por un humanismo deshumanizado. Vino un hombre del Este, del “paraíso” sin Dios, y empezó a derribar el Muro. Los medios que empleó: la certeza profunda de ser portador de la fuerza del Resucitado que no puede estar encerrado en ninguna tumba, que atraviesa los muros más impenetrables para que cada ser humano pueda recuperar la grandeza y la libertad de ser y vivir como hijo de Dios; y el rezo continuo del Santo Rosario, expresión de una devoción teológicamente sólida hacia la Santísima Virgen que prepara los caminos para el nacimiento de Cristo en el corazón de las personas y de los pueblos.

El Hombre del Este, Sucesor de Pedro, con la fidelidad absoluta a la misión recibida de Cristo, empezó a derribar el Muro.

Sabemos que existen otros muros a abatir. Muros más difíciles de atravesar que los muros de hormigón, porque son los que levantamos en nuestro interior y que nos aíslan por dentro convirtiéndonos en rehenes de nuestro propio egoísmo. Muros que intentan acallar la verdad, que consiguen silenciar las injusticias, que pretenden confundirnos y llamar “derecho” a todo deseo que experimentamos, aunque sea contrario a nuestra naturaleza humana. Muros que nos hacen ver al otro como un enemigo que nos quita algo de lo nuestro. Muros que alimentan prejuicios y desconfianzas. Muros que nos hacen insensibles al dolor ajeno. Muros que se levantan dentro de las familias y transforman a los hermanos en antagonistas. Muros que confunden a los adolescentes y jóvenes convirtiéndolos en seres ciegos a lo noble, a lo justo, a lo puro, a lo trascendente. Muros que falsifican la verdad al servicio de ideologías y partidos. Muros de corrupción y de una justicia que es injusta, porque no es igual para todos.

En este aniversario del derribo del Muro recordemos a San Juan Pablo II para que, teniendo presente su vida entregada como oblación a Cristo, se incremente nuestra fortaleza y vivamos la hora presente como un gran reto que el Señor nos pone delante para poder abatir, con la fuerza del Resucitado, los muros que los seres humanos levantamos en este mundo.

domingo, 17 de noviembre de 2019

EL PAPA Y EL MENDIGO


Hace años, un sacerdote norteamericano de la diócesis de Nueva York se disponía a rezar en una de las parroquias de Roma cuando, al entrar, se encontró con un mendigo. Después de observarlo durante un momento, el sacerdote se dio cuenta de que conocía a aquel hombre. Era un compañero del seminario, ordenado sacerdote el mismo día que él. Ahora mendigaba por las calles. 
El sacerdote, tras identificarse y saludarle, escuchó de labios del mendigo cómo había perdido su fe y su vocación. Quedó profundamente estremecido. 

Al día siguiente el sacerdote llegado de Nueva York tenía la oportunidad de asistir a la Misa privada del Papa Juan Pablo II  al que podría saludar al final de la celebración, como suele ser la costumbre. Al llegar su turno sintió el impulso de arrodillarse ante el santo Padre y pedir que rezara por su antiguo compañero de seminario, y describió brevemente la situación al Papa. 

Un día después recibió la invitación del Vaticano para cenar con el Papa, en la que solicitaba llevara consigo al mendigo de la parroquia. El sacerdote volvió a la parroquia y le comentó a su amigo el deseo del Papa. Una vez convencido el mendigo, le llevó a su lugar de hospedaje, le ofreció ropa y la oportunidad de asearse. 

El Pontífice, después de la cena, indicó al sacerdote que los dejara solos, y pidió al mendigo que escuchara su confesión. El hombre, impresionado, les respondió que ya no era sacerdote, a lo que el Papa contestó: "una vez sacerdote, sacerdote siempre". "Pero estoy fuera de mis facultades de presbítero", insistió el mendigo. "Yo soy el obispo de Roma, me puedo encargar de eso", dijo el Papa. 

El hombre escuchó la confesión del Santo Padre y le pidió a su vez que escuchara su propia confesión. Después de ella lloró amargamente. Al final Juan Pablo II le preguntó en qué parroquia había estado mendigando, y le designó asistente del párroco de la misma, y encargado de la atención a los mendigos.

sábado, 16 de noviembre de 2019

EL VERDADERO TESORO


Nos cuenta una hermosa leyenda que un sultán sumamente rico y poderoso atravesaba las montañas de Persia con una caravana de camellos cargados de riquezas, honores y placeres y seguido de toda su corte.
Hizo alto en el camino e hizo descargar los camellos que llevaban riquísimos dulces y licores y los más diversos y exquisitos manjares. El sultán prosiguió su camino, pero ya eran menos los que le acompañaban porque se habían quedado para poseer aquellos placeres. 
En la segunda parada mandó descargar los camellos que llevaban los títulos de príncipe, general, conde, marqués… Y allí se quedaron algunos que ambicionaban aquellos títulos. 
Pero aún seguían al sultán unos pocos de sus cortesanos…
«¡Alto!», dijo de nuevo, y se descargaron los demás camellos, cargados de joyas, oro, piedras preciosas… E invitó a los cortesanos que aún le seguían a que recogieran todas aquellas riquezas…y se las quedarán. Y dejaron de ir con él.
El sultán prosiguió su camino por aquellas ásperas montañas. Creía que ya nadie le seguía, pero sintió pasos, volvió la cabeza y vio junto a sí a uno de sus pajes. «¡Cómo! —le dice el sultán—, ¿no te has quedado a recoger los placeres, los honores y riquezas que he repartido a todos mis cortesanos?». El paje, enardecido por el cariño que le tenía, respondió : «Yo sigo y seguiré siempre solo a mi señor. No necesito ni placeres, ni títulos, ni riquezas. Solo quiero estar siempre con mi señor hasta el final».

viernes, 15 de noviembre de 2019

PASAR LA ADUANA DEL CIELO


Cuentan de un religioso muy piadoso y muy anciano que, por razón de la edad, consideraba próxima la hora de su muerte; al ser interrogado si tenía miedo a morir, le contestó: “la muerte no me preocupa ni poco ni mucho; lo que verdaderamente me preocupa y mucho es la aduana. Después de morir será preciso pasar la aduana de Dios y allí me registrarán el equipaje. Eso si me preocupa”.  
Pero si conoces al aduanero, y es tu amigo, porque has compartido con Él tu vida y preocupaciones, Él ya te ha ayudado en este mundo a preparar el equipaje necesario para pasar la puerta que te lleva a la Vida. Entonces el paso no es tanto atravesar una aduana sino encontrarte definitivamente con el Amigo que te lleva a Casa.

jueves, 14 de noviembre de 2019

LA IMPORTANCIA DE LA VISITA AL SANTÍSIMO SACRAMENTO


Anécdota de Edith Stein (Santa Benedicta de la Cruz) ocurrida en  la Catedral de Frankfurt, antes de su conversión.

Así es como Edith describió lo que sucedió: 

“Entramos a la catedral por unos momentos, y al estar parados allí en respetuoso silencio, una mujer vino con su cesta de compras y se arrodilló en uno de los bancos para decir una oración corta. Esto era algo totalmente nuevo para mí. En la sinagoga, y también en las iglesias protestantes que había visitado, la gente sólo entraba en el momento del servicio religioso. Pero aquí alguien entró a la iglesia vacía, en medio del trabajo del día, como si fuera a hablar con un amigo. No he sido capaz de olvidar ese momento”. 

viernes, 1 de noviembre de 2019

¿QUÉ ES UN SANTO?


Un día en un grupo de catequesis, la catequista preguntó a uno de los niños que estaba distraido:
- Daniel, ¿qué es un santo?
Daniel se vio pillado por sorpresa y no sabía que responder; solo se le venían a la cabeza las imágenes de las vidrieras que adornaban la iglesia de la parroquia y donde aparecían muchos y diferentes santos. Pensando en esas vidrieras Daniel solo pudo balbucear:
- Un santo es una persona grande, frágil y que deja pasar la luz.
La catequista quedó admirada por la respuesta y felicitó a Daniel. 

Ciertamente eso es un santo: 
Una persona grande: que deja que Dios sea grande en él. Una persona que sabe hacer, de las cosas sencillas, cosas importantes. Una persona que sabe escuchar, que sabe servir, que sabe sonreír, que sabe consolar… Una persona normal pero que no quiere quedarse en la mediocridad, sino que quiere que su vida sea plena.

frágil: que es y se sabe pecador. Ser santo no significa no caer, no pecar, caigan, … sino que significa es capaz de reconocer su debilidad. No se fía de él  mismo sino que ponen toda su confianza en el amor misericordioso de Dios.

y que deja pasar la luz: un santo es alguien que lleva a Dios dentro y se nota. Dios se desborda por cada momento de su vida. El santo sabe que el importante no es él, sino Dios, y deja que Dios  se refleje en su familia, en sus amigos, en su vida… Se deja transfigurar. Es la Sangre de Cristo la que le transfigura.

Un santo es una persona grande, frágil y que deja pasar la luz.