Nos cuenta una hermosa leyenda que un sultán sumamente rico y poderoso atravesaba las montañas de Persia con una caravana de camellos cargados de riquezas, honores y placeres y seguido de toda su corte.
Hizo alto en el camino e hizo descargar los camellos que llevaban riquísimos dulces y licores y los más diversos y exquisitos manjares. El sultán prosiguió su camino, pero ya eran menos los que le acompañaban porque se habían quedado para poseer aquellos placeres.
En la segunda parada mandó descargar los camellos que llevaban los títulos de príncipe, general, conde, marqués… Y allí se quedaron algunos que ambicionaban aquellos títulos.
Pero aún seguían al sultán unos pocos de sus cortesanos…
«¡Alto!», dijo de nuevo, y se descargaron los demás camellos, cargados de joyas, oro, piedras preciosas… E invitó a los cortesanos que aún le seguían a que recogieran todas aquellas riquezas…y se las quedarán. Y dejaron de ir con él.
El sultán prosiguió su camino por aquellas ásperas montañas. Creía que ya nadie le seguía, pero sintió pasos, volvió la cabeza y vio junto a sí a uno de sus pajes. «¡Cómo! —le dice el sultán—, ¿no te has quedado a recoger los placeres, los honores y riquezas que he repartido a todos mis cortesanos?». El paje, enardecido por el cariño que le tenía, respondió : «Yo sigo y seguiré siempre solo a mi señor. No necesito ni placeres, ni títulos, ni riquezas. Solo quiero estar siempre con mi señor hasta el final».
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