El Papa, después de señalar la acción solidaria y concreta de la Iglesia en la lucha contra el sida, indica el doble camino para encontrar una solución ante esta terrible enfemedad: 1) Humanizar la sexualidad a través de una renovación espiritual que lleve a tratar con justicia el propio cuerpo y el ajeno, y 2) Cultivar un auténtico amor que sea capaz de sacrificio y fidelidad por estar cerca del que sufre.
Muchos medios de comunicación han sacado de contexto las palabras de Benedicto XVI y han empezado a "jugar" al desprestigio. He creído conveniente presentar en este blog la respuesta exacta que el Papa dio a la pegunta de una periodista francesa que, en el vuelo de Roma a Yaundé, le planteó la postura de la Iglesia sobre el modo de lucha contra el sida que “considera a menudo no realista ni eficaz”.
El Papa respondió lo siguiente : "Yo diría lo contrario: pienso que la realidad más eficiente, más presente en el frente de la lucha contra el Sida es precisamente la Iglesia católica, con sus movimientos, con sus diversas realidades. Pienso en la comunidad de San Egidio que hace tanto, visible e invisiblemente, en la lucha contra el Sida, en los Camilos, en todas las monjas que están a disposición de los enfermos... Diría que no se puede superar el problema del Sida sólo con eslóganes publicitarios. Si no está el alma, si no se ayuda a los africanos, no se puede solucionar este flagelo sólo distribuyendo profilácticos: al contrario, existe el riesgo de aumentar el problema.
La solución puede encontrarse sólo en un doble empeño: el primero, una humanización de la sexualidad, es decir, una renovación espiritual y humano que traiga consigo una nueva forma de comportarse uno con el otro, y segundo, una verdadera amistad también y sobre todo hacia las personas que sufren, la disponibilidad incluso con sacrificios, con renuncias personales, a estar con los que sufren. Y estos son factores que ayudan y que traen progresos visibles. Por tanto, diría, esta doble fuerza nuestra de renovar al hombre interiormente, de dar fuerza espiritual y humana para un comportamiento justo hacia el propio cuerpo y hacia el prójimo, y esta capacidad de sufrir con los que sufren, de permanecer en los momentos de prueba. Me parece que ésta es la respuesta correcta, y que la Iglesia hace esto y ofrece así una contribución grandísima e importante. Agradecemos a todos los que lo hacen".