sábado, 27 de julio de 2013

LAS LECTURAS DEL VERANO


Estoy terminando de leer un libro que está dejando una huella profunda en mí. El título es REQUIEM POR NAGASAKI, de Paul Glynn (Ed. Palabra). Es la historia de un japonés, Takashi Nagai, médico converso y superviviente de la bomba atómica. Cada página del libro es como un tramo de un paseo con el amigo que te va contando cómo Dios ha ido acercándose a él poco a poco, a través de las personas y los acontecimientos. El amor incondicional desempeña un papel importante en la historia. Y la nobleza del corazón de Takashi es como la lleve que le abrirá a la vida en Cristo.
Quiero transcribiros un  momento especialmente significativo en su camino de conversión que es como una ventana que le abre al mundo del espíritu, mundo cerrado para él por su actitud atea. Es el momento en el que él nos narra cómo vivió la muerte de su madre:
“Corrí junto a su lecho. Ella todavía respiraba. Se me quedó mirando fijamente, y así fue como le llegó el final. Con esa última mirada penetrante, mi madre echó por tierra todo el armazón ideológico que yo me había forjado. En sus últimos momentos de vida, la mujer que me había traído al mundo y me había criado, la mujer que jamás había dejado de quererme, me habló con absoluta claridad. Sus ojos les dijeron a los míos de un modo irrevocable: “Ahora la muerte se lleva a tu madre, pero su espíritu seguirá vivo junto a su pequeño Takashi”. Y me lo decían a mí, tan convencido de que el espíritu no existía, y a mí no me quedaba más remedio que creer. Los ojos de mi madre me hicieron saber que el espíritu del hombre continúa viviendo después de su muerte. Lo supe mediante una intuición, una intuición cargada de convicción”

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