sábado, 7 de octubre de 2017

01. BUENAS NOTICIAS. LAS NIÑAS QUE FRENARON EL MATRIMONIO INFANTIL


Texto extraído del artículo de J.V. Echagüe / La Razón, 06.10.2017

¿Qué vale la vida de una niña? Un terreno, una vaca o una caja de cerveza. Literalmente. Así ha estado ocurriendo hasta este mismo año en Guatemala y Malawi. En el primero, en sus zonas rurales, el 23% de las mujeres de entre 20 y 24 años se ha casado antes de los 18. En el segundo, la tasa de menores casadas se sitúa en el 37%, una de las más altas del África subsahariana. Hablamos de la lacra del matrimonio infantil forzado: 15 millones de niñas cada año, 41.000 al día en todo el mundo, se ven obligadas a contraer una unión que no desean. Sin embargo, algo ha cambiado en este 2017.

En febrero, el Gobierno de Malawi prohibió definitivamente esta práctica, y, apenas medio año después, las autoridades guatemaltecas siguieron sus mismos pasos. ¿Los responsables del cambio? La ONG Plan International y su movimiento «Por ser niña», (…)  y, más concretamente, sus jóvenes activistas, que han tenido el valor de convencer a los líderes políticos y religiosos, y al conjunto de sus sociedades, de que el hecho de obligar a casarse a una menor en contra de su voluntad sólo tiene una consecuencia: le arruinas la vida.

Estefany y Naydelin vienen de Guatemala, mientras que Ezelina y Josephine proceden de Malawi. (…) Se encuentran en Madrid invitadas por Plan International con motivo del Día Internacional de la Niña, que se celebra el 11 de octubre.  (…)

«El hombre que quiere a una niña llega con una vaca o con el plano de un terreno y se lo da a los padres. Ése es el valor que tenían. Durante las pedidas, llevan cajas de cerveza y comida. A la media hora, o a la hora, la menor ya ha desaparecido con él», relata Estefany. Esta joven de 20 años vive en una pequeña comunidad de 250 personas, en Jalapa (Guatemala). Su madre trabaja en casa y su padre es herrero, dentro de un hogar de escasos recursos. Su voz ha sido clave a la hora de concienciar a otras niñas de que debían hacer valer sus derechos.

Los matrimonios se han pactado incluso a los cuatro años. Teóricamente, el país no lo permitía desde 2015, cuando subió la edad legal de los 14 a los 18. Sin embargo, quedaba un resquicio, ya eliminado: los jueces podían considerar que el matrimonio se producía «en el mejor interés de los menores». La puesta en marcha de una Mesa en Favor de las Niñas y Adolescentes sorteó los obstáculos puestos por los legisladores que se oponían al cambio. ¿Su argumento? Que era una tradición indígena. (…)

Hay un peso cultural, pero también religioso. Así ocurre en Malawi. Ezelina tiene 23 años y ha hecho presión por la prohibición de esta práctica gracias a su labor como periodista. Se reunió con la ministra de Igualdad y con otros miembros del Gobierno. Fue una de las encargadas de hacer entrega a la Primera Dama de Malawi, que mostró su plena colaboración, de las firmas recogidas por Plan International a favor de la abolición. «Es una mezcla de factores. Está el económico: muchas familias son pobres. Por ejemplo, si un hombre les da a los padres varias vacas, éstos ven una oportunidad para venderlas, obtener dinero y, así, resolver sus problemas», dice Ezelina. Allí se conoce como el pago de la «lobola», el «precio de la novia»: vacas por un valor de 200 dólares –171 euros–. Pero también está la parte religiosa: la poligamia, «dependiendo de la zona del país», no es ninguna excepción tampoco en el caso de las menores.

Junto a Ezelina, Josephine, de 16 años, también se ha «pateado» los colegios, ha ido a hablar con los líderes religiosos y políticos, con los policías y, por supuesto, con las familias... No siempre resulta fácil convencerlas. Con las niñas tienen una relación más «de tú a tú», por la poca diferencia de edad. Les explican cuáles son sus derechos, les hablan de las enfermedades de transmisión sexual... Con los padres es más complicado: no están muy predispuestos a escuchar a chicas que podrían ser sus hijas y que, además, pretenden darles lecciones sobre cómo cuidarlas. Sin embargo, encontraron una forma de persuadirlos. «Les explicamos que si las niñas reciben primero una educación, se pueden formar, encontrar un trabajo y, finalmente, les pueden ayudar económicamente más que si reciben una dote. Al fin y al cabo, ése es sólo un ingreso puntual», dice Josephine.

Legal y oficialmente, estas uniones se han paralizado en los dos países, pero queda trabajo por hacer. «La mayoría de las niñas nos han escuchado. Saben que hay una ley que las respalda. Nadie les puede decir: ‘‘Tú te vas a casar con esta persona’’. Podemos decidir con quién y cuándo casarnos. Pero ahora queremos que esta legislación se difunda hasta las comunidades más lejanas, sobre todo las rurales. Que sepan que existe, porque la información no les llega», afirma Estefany.

Son muy jóvenes, pero estas chicas confían en casarse algún día cuando y con quien quieran. Ezelina espera que ellas constituyan la generación del cambio y, a partir de ahí, crear una cadena. «La familia es la base de todo: la comunidad, la iglesia, el país... Pero lo importante es que, si tengo hijos, pueda educarles en que tienen la capacidad de elegir. Y ellos, a su vez, engendrarán niños que saben que tienen derechos» 

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