domingo, 19 de agosto de 2012

ANIVERSARIO DE LA JMJ DE MADRID. LO QUE APRENDIMOS

Estos días estamos celebrando el aniversario de la JMJ de Madrid del pasado año. Nuestra ciudad acogió a un buen grupo de jóvenes procedentes de Eslovaquia, Brasil y Argentina. Las parroquias de Elche se volcaron con ellos, y nuestro ayuntamiento y algunas instituciones también colaboraron para que su estancia fuera lo más agradable posible.

Aquellos jóvenes visitantes conocieron y vivieron el Misteri. Se asustaron con la mascletà. Probaron nuestros bocadillos de tortilla de patatas. Disfrutaron de la Nit de L’Albà. Cantaron sus canciones típicas haciendo la Roà. Se pudieron bañar en la playa, y cada día celebrar la eucaristía en sus parroquias de acogida. Durante aquellas jornadas lo ilicitano se fundió con otras tradiciones y culturas, y aquellos jóvenes nos recordaron, una vez más, que cuando hay deseo de encuentro y una misma fe, no existen barreras culturales ni muros lingüísticos que nos pueden separar.

Y en Madrid, con los jóvenes de todo el mundo, aprendimos lo siguiente:

1. Todos nos sentíamos una gran familia. Veníamos de todos los continentes. No nos conocíamos. Teníamos distintos hábitos de vida. Pero las diferencias pasaron a un segundo lugar, sin desaparecer. Lo más importante era lo que nos unía: seguir a Cristo, pertenecer a Cristo, ser de Cristo. Y de ahí nació inmediatamente la familiaridad entre los jóvenes: éramos conscientes de pertenecer a la gran familia de los hijos de Dios.

2. El espíritu de servicio que se experimentaba, no sólo en los 20.000 voluntarios que estaban dedicados a la atención de los jóvenes peregrinos, sino también en los jóvenes participantes. Costaba poco desprenderse del tiempo, de las comodidades legítimas, para hacer la vida más agradable a los demás. Todo esfuerzo para ayudar resultaba fácil. Descubrimos, una vez más, que servir valía la pena.

3. La adoración ante el Santísimo. Recordaremos siempre aquella tarde-noche en CUATRO VIENTOS, cuando la tormenta impetuosa amenazaba derrumbar todo lo organizado. La respuesta de las jóvenes fue un silencio lleno de oración y adoración ante el Señor expuesto en la custodia. Silencio. Llanto. Paz. Agradecimiento. Alegría.

4. La reconciliación con Dios en el sacramento de la penitencia. Fueron miles los jóvenes que se confesaron aquellos días. Jóvenes que vivían y viven en medio de las prisas y retos que la sociedad les marca pero que eran conscientes de su debilidad y de la misericordia incansable de Dios que siempre perdona para que podamos amar con el amor de Cristo.

5. La alegría. La alegría de sentirnos amados incondicionalmente por Alguien que siempre está ahí. La alegría de sentirnos queridos por un Dios que es Comunidad de Amor. La conciencia de esta cercanía divina es lo que nos permite, día a día, mirar los problemas a la cara, con confianza y sin miedo, porque El es nuestra fuerza.

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