miércoles, 2 de septiembre de 2009

PREGON DE LAS FIESTAS DE SANTA POLA 2009


Este es el texto íntegro del Pregón que con motivo de las fiestas de Santa Pola dedicadas a su Patrona, la Virgen de Loreto, pronuncié la noche del 31 de Agosto en el Castillo de Santa Pola.


Ilmo. Sr. Alcalde, Sra. Concejal de Fiestas, Miembros de la Corporación Municipal, Patrón Mayor, Autoridades Locales (Guardia Civil y Policía Municipal), querido párroco y amigo D. José, hermanos sacerdotes D. Antonio y D. Juan, Sr. Alcaide del Castillo Fortaleza, Sra. Presidenta de La Asociación Festero Cultural de Moros y Cristianos, Sra. Presidenta de La Unió de Festers, sultanes, capitanes, abanderados y Cargos representativos de la distintas comparsas, D. Manuel Martínez Monera, pregonero de las fiestas 2008, Reina y Damas de nuestras Fiestas Mayores, Reina y Damas de la Tercera Edad, vecinos todos y amigos que esta noche estáis en este recinto del Castillo de Santa Pola. Buenas noches, y gracias por vuestra presencia.

Las fiestas en Santa Pola ya están preparadas. Todo está a punto. Las calles engalanadas. Los cargos festeros nombrados. Y ahora el pregonero os anuncia a todos que va a empezar un tiempo nuevo: tiempo de alegría y diversión; tiempo de dormir poco y de mucho regocijo; tiempo de música, de baile y de plegaria. Porque comenzamos ya las fiestas patronales de este año 2009 en honor a la Virgen de Loreto.

Este año, el Sr. Alcalde y la Corporación Municipal, me han regalado la posibilidad de pregonar nuestras fiestas. Muchas gracias, Sr. Alcalde y querido Ayuntamiento de Santa Pola, por este inmerecido don. Muchas gracias, y a todos os pido perdón de antemano si me cuesta expresar con palabras los mil y un sentimientos que esta noche intentarán salir desde lo más profundo de mi ser sin orden ni concierto, como un torrente que se resiste a ir por un cauce concreto. Es muy difícil tejer un vestido de palabras al amor que sientes por tu pueblo. El vestido siempre se queda corto, porque el amor no deja ni un instante de crecer.

Desde el principio de este pregón quiero tener presente a la Virgen de Loreto. Desde aquí espiritualmente me uno a Ella. Y siento que la Madre me corresponde dándome un fuerte abrazo, rodeándome con las murallas de este querido castillo nuestro.

Para preparar estas palabras he querido pasar tiempo muy cerca de Ella, porque la Virgen conoce perfectamente el alma de este pueblo. Cada día, cada noche, muchos de los que viven aquí pasan ante Ella, y le hablan, y Ella los escucha. Escucha palabras de queja y de súplica. Escucha palabras de alegría y de acción de gracias. Escucha proyectos forjados por la ilusión de unos recién casados, o la buena noticia de que un niño está empezando a formarse dentro de una madre. Escucha los desvelos de unos padres por sacar adelante su familia, y la esperanza que el nuevo puesto de trabajo ha sembrado en el corazón de una joven. La Virgen conoce el alma de nuestro pueblo y, sólo si estamos cerca de Ella, podemos comprender mejor nuestras fiestas, y vivirlas con una desbordante alegría exterior e interior.

Quiero dedicar este pregón a Santa Pola, de un modo muy especial a mi madre, que está aquí presente, y a mi padre, que desde la otra orilla de la vida también me estará contemplando. Ellos me hicieron descubrir mi identidad de cristiano y santapolero.

Santa Pola, pueblo mío, has sido la tierra buena en la que Dios me ha sembrado… Y con el paso del tiempo, poco a poco, me he ido dando cuenta, de que has sido ese manantial fresco y generoso que ha regado –con su alma hecha de personas y tradiciones- mi niñez, mi adolescencia y mi juventud… llenándome de vida y, lo que es mejor, llenando de ilusión mi vida.

Quiero esta noche hablar de ti, Santa Pola, ante estas personas que están aquí presentes. Muchas de ellas te pertenecen de nacimiento, otras por elección, pero todas son tuyas por el afecto que te tienen.

Quiero esta noche hablarte, Santa Pola, y pido a Dios que cada una de las letras de este pregón, cada uno de los silencios y de las emociones de este pregón, se extienda por tus calles, Santa Pola, y atraviesen muros y paredes, para descansar en el corazón de tus gentes, como vitamina espiritual que ilumine la esperanza en los rostros.

Quiero que la Virgen de Loreto, lleve con celeridad, con premura, cada una de las palabras de este pregón, hasta las familias que están heridas por la pérdida de un ser querido, la enfermedad, un conflicto familiar o económico… Y que Ella transforme cada una de mis palabras en bálsamo que cure, en aceite que fortalezca, y en luz que venza la tiniebla del sufrimiento. Me gustaría que cada una de mis palabras y mis silencios fueran destellos de una alegría que transfigure cualquier situación de dolor en gozo de fiesta.

Y a partir de unos minutos, cuando termine este pregón, tus calles y plazas, Santa Pola, se transformarán en rincones de un gran hogar, del gran hogar que eres tú, pueblo mío. Y durante las fiestas todos respiraremos, saborearemos, compartiremos con más intensidad, todo aquello que nos une, todo aquello que nos configura como comunidad, como pueblo: nuestras raíces, nuestra tradiciones y costumbres, hechas de fiesta expansiva y fe; de esa fe que hemos heredado de nuestros mayores, de esa fe que ha llegado hasta nosotros transmitiéndose de generación en generación. Por unos días todos, en Santa Pola, sólo veremos en el otro un hermano, uno que tiene el mismo amor a esta tierra bañada por el Mediterráneo, una tierra rodeada de sol y mar, de sal y de sierra…


Los seres humanos necesitamos hacer fiesta. Es verdad que lo cotidiano es importante. Es verdad que la fidelidad a nuestros compromisos diarios es importante. Es verdad que para un creyente, cada instante de su vida diaria, tiene entrañas de eternidad. Es verdad que la vida de todos los días es importante. Pero a veces necesitamos también dejar a un lado, por unos días, lo ordinario, lo cotidiano, lo corriente, y hacer fiesta. Necesitamos la fiesta para volver a recordar que nuestro destino, nuestra meta es poseer una alegría que no tendrá fin. Porque hemos nacido para la alegría eterna.

A punto de estrenar las fiestas de este año, estamos abriendo los ojos de par en par para llenarnos de la alegría del color de las calles engalanadas, de los vistosos trajes de los moros y cristianos, de las comparsas y carrozas que desfilarán el día 6, y de las flores que serán ofrecidas a la Virgen el día 7.

Queremos tener los ojos abiertos a la alegría de la luz que llegará hasta nosotros, de mil formas, en las noches de los fuegos artificiales, y en esas velas que alumbrarán en la procesión la imagen pequeñita de nuestra Patrona.

Queremos tener muy abiertos los oídos para que el sonido de la alegría inunde nuestra alma y la haga emocionar: sonidos de marchas y motetes, sonidos de serenatas a la Virgen y de verbena. Sonidos de cohetes y mascletá. Sonidos de saludos y parabienes. Sonidos de voces amigas y de otras que empezarán a serlo.

En estas fiestas queremos tener los sentidos del gusto y del olfato bien abiertos para que, compartiendo alegremente la mesa con los amigos, estrechemos con más fuerza los lazos que nos unen. Porque nuestras fiestas no se entienden sin los placeres culinarios compartidos con los que amamos: las tapas, “putxero amb tarongetes”, los helados, y el olor a gofre y a pólvora.

Y también queremos tener despierto el sentido del tacto para no ser insensibles ante los sentimientos de los demás, y saber alegrarnos con los que están alegres. Y saber corresponder con afecto a las muestras de cariño que los otros nos brindan. Porque nuestras fiestas son fiestas de abrazos y besos.

El ser humano necesita la fiesta para volver a recordar que ha nacido para la alegría interminable.

Pero fijaos, la alegría nos parece que viene de fuera (luz, sonido, sabor, olor, tacto), pero esto no es totalmente cierto. En el fondo hacemos fiesta porque nos sentimos amados. Hacemos fiesta porque, por dentro, somos conscientes de que alguien nos quiere de un modo incondicional, para siempre, en toda circunstancia, en toda situación, en todo momento.

Podemos hacer fiesta porque nos sentimos amados. Por eso, la alegría de la fiesta esencialmente no viene del exterior –el exterior nos ayuda- sino del interior, de nuestro corazón. De sentirnos queridos.

Y fácilmente comprendemos que esta es la razón por la que, en estos días vienen a nuestra mente, y a nuestro corazón, esas personas que nos han querido intensamente, pero que ya no están sensiblemente entre nosotros. En estos días recordamos, con cariño, a familiares nuestros, amigos nuestros, que ya nos dejaron, o sencillamente están lejos, y este año no pueden compartir las fiestas con nosotros.

Hacer fiesta es expresar exteriormente el gozo interior por sentirnos amados. Pero los únicos que nos aman de un modo absoluto, sin condiciones y para siempre son Dios, y también su Madre, la Virgen de Loreto. Por este motivo el elemento religioso, trascendente, es imprescindible para que la alegría de la fiesta sea completa… Podemos decir que lo religioso penetra cada uno de los demás elementos –lo cultural y lo lúdico- y los reviste de una profundidad mayor.

Pero ¿por qué nos gustan tanto nuestras fiestas?. ¿Por qué estamos a gusto en ellas?. Encontraremos múltiples motivos, pero uno de ellos, tal vez el más importante, es porque estas fiestas nos han acompañado desde nuestra niñez. Han crecido con nosotros dejando en nuestra vida su huella indeleble. Quisiera que todos los que estamos aquí hiciéramos ahora un esfuerzo por recordar… ¿Desde cuando eres consciente de vivir las fiestas? ¿Cuál es el primer recuerdo que tienes de estos días?. Quiero ayudaros a evocar ese instante compartiendo brevemente con vosotros los primeros recuerdos que tengo de estas fiestas.

Hasta los 10 años, tu eras mi mundo, Santa Pola.

En mi infancia la tierra tenía para mí, los límites que a ti te envolvían. Lo más alto, el Calvario y el depósito del agua. Lo más lejano, el barranco de Catarra y los ingenieros, y Playa Lissa. Tus calles eran mi zona de juegos, muchas de ellas sin asfaltar, donde los niños forjábamos con un palo y mucha imaginación un sin fin de aventuras, traduciendo a nuestro lenguaje y a nuestros medios la última película de romanos o del oeste que habíamos visto el domingo en el Chapí. Tus calles, Santa Pola, eran el escenario de nuestras carreras, de nuestro ir tras el balón, despreocupados, porque los coches en los 60 todavía no amenazaban nuestros juegos callejeros. Hasta los 10 años, Santa Pola, fuiste mi único mundo.
Un mundo que se acababa en el mar… Ese mar que en verano era nuestro amigo, nuestro cómplice, un compañero más que compartía con nosotros lo mejor que tenía dentro, la posibilidad de forjar nuevas aventuras. Tu mar, Santa Pola, nos ofrecía alicientes nuevos para seguir inventando historias de barcos y naufragios, de piratas y corsarios, siempre bajo la atenta mirada de la madre o la hermana mayor que vigilaba nuestra lejanía de la playa. Ese mar que en verano era nuestro amigo, en invierno se volvía serio y, aliado con el clima y tus costumbres, Santa Pola, mantenía con nosotros sus distancias, hasta que a finales de mayo o principios de junio, de nuevo, nos llamaba para seguir esparciendo en él la alegría de nuestra niñez.

Hasta los 10 años, Santa Pola, fuiste mi único mundo. Y durante esos años te metiste para siempre tan dentro de mí que allí donde he estado y he vivido después, he seguido viendo tus calles; he seguido notando la brisa de tus noches frescas y, sobre todo, he seguido viendo los rostros de todos aquellos que inseparablemente me unieron a ti.

Hasta los 10 años, Santa Pola, fuiste mi único mundo. Y los niños notábamos que se acercaban las fiestas patronales porque dos acontecimientos introducían una novedad en lo cotidiano del verano: uno trivial y otro significativo e importante.

El acontecimiento trivial: las calles principales se llenaban de bombillas, y nos gustaba que esas nuevas luces, pequeñitas pero numerosas, vencieran unidas a las solemnes farolas que durante las cuatro estaciones alumbraban las calles de nuestros juegos. Las nuevas luces anunciaban nuevos días: los días de la “vaca”, días de carreras de cintas, días de gymkhana en la glorieta donde todos reíamos las pruebas más insólitas que tenían que sufrir los concursantes; días de comidas especiales y de helados de nuevos sabores y un poco más caros; tardes de marionetas donde todos los niños, a una sola voz, avisábamos al bueno de la amenazante cercanía del malo, que quería zurrarle a palos; tardes de carrozas, ofrenda y procesión; noches de cohetes y música; días de mascletá, de más Glorieta, más muelle y más castillo. El adorno de las luces nos evocaba a nosotros, los niños, todas esas novedades que los próximos días traerían consigo, como siempre, como cada año.

El otro acontecimiento, más trascendental, más importante, constituía para muchos de los niños el pregonero real de tus fiestas, Santa Pola: el anuncio de la llegada del padre pescador. Después de 6 ó 9 meses faenando en el mar, “en los calamares” oíamos decir a la madre, el padre se iba acercando ya a Santa Pola. En Navidad no siempre los pescadores venían a casa, pero sí lo hacían en las fiestas patronales. Sólo una fuerza mayor (algún problema en el motor o en las redes, o una pesca muy escasa) podía impedir esta cita de los pescadores con su Patrona. Si durante las fiestas paseabas por el puerto, podías ver en él a casi todas las embarcaciones de Santa Pola. Y entonces sentías el orgullo de pertenecer a un pueblo que tiene una de las flotas pesqueras más importantes del Mediterráneo –si no es la más importante-, y también sabías que en las casas de muchos de tus amigos las fiestas de ese año iban a ser realmente fiestas. El padre estaba llegando del mar.

En casa del pescador se vivía esta espera con cierto nerviosismo: parecía que todo estaba preparado, pero siempre faltaba algo por hacer para que los que venían de la mar se encontraran a gusto. La madre intentaba arreglar la casa con más detalle. Durante semanas había estado confeccionando su vestido para las fiestas. También había estado preparando los nuestros, porque dentro de poco el centro de gravedad se desplazaba a otro lugar. Los hijos nos dábamos cuenta perfectamente de esto. Dejábamos de ser el foco de sus preocupaciones, y éste era ocupado plenamente por el marido que regresaba. De vez en cuando, cuando las travesuras y las riñas entre hermanos eran frecuentes, un “preparevos. Su diré al papá cuan vinga…” nos frenaba un poco, aunque sabíamos por experiencia que cuando el padre llegaba nunca le decía nada.

La llegada del padre al puerto era lo que realmente introducía las fiestas en un hogar de pescadores. Durante la espera, los hijos forjábamos en la mente mil temas para hablar con el padre, pero cuando lo veíamos saltar a tierra, todo lo preparado se caía al mar. Cuando uno es pequeño y hace tiempo que no ha visto a su padre, cualquier adorno nuevo, cualquier detalle añadido que el padre tuviera en el rostro, dificultaba su identificación: una barba de varias semanas, un pelo más largo o más corto de lo normal, un poco más de grasa en la cara como consecuencia de algún percance en la sala de motores, o una ropa de faena excesivamente gastada…. todo se confabulaba en contra de la memoria: no era así como recordábamos a nuestro padre. Pero al saltar al muelle y contemplar cómo besaba con fuerza a la madre, y al sentir su cariño al abrazarnos, éramos conscientes de que, en medio de lo accidental, la esencia del padre estaba allí: su ternura, su preocupación por nuestras cosas, su mirada gratificante, la alegría que experimentaba al ver nuestros progresos… todo esto era sus auténticas señas de identidad. Nos hacía mil preguntas sobre nuestra vida: cómo nos portábamos en casa, si ayudábamos, cómo íbamos en el trabajo o en el estudio, si habían ya empezado las fiestas… El camino del puerto a casa se configuraba como una tertulia itinerante donde con más desorden que concierto, los temas de la familia y del pueblo se iban hilvanando, interrumpidos frecuentemente por los cruces de saludos y abrazos de los amigos con los que nos encontrábamos en el trayecto. Hasta que llegábamos a la Glorieta y al Castillo… que eran como el corazón del pueblo… Entonces el padre notaba ya que estábamos en fiestas…

Recuerdo mis tardes con mi padre viendo la vaca desde la muralla del Castillo. Una muralla repleta de gente que gritaba, se reía o sencillamente aplaudía. Recuerdo las noches en la terraza de casa, con toda mi familia, viendo cómo se llenaba el oscuro cielo de mil colores de artificio que al instante desaparecían. Recuerdo la procesión de la Virgen… y mucha gente alumbrando… y muchos amigos míos con sus padres pescadores acompañando a la Virgen de Loreto. Hombres forjados en mil mareas, en esos momentos, con los ojos llenos de niñez, contemplaban con sus hijos, la imagen de la Patrona.

Muchos amigos míos, con sus padres pescadores, alumbraban a la Virgen. Y quiero tener un recuerdo especial para ellos, para mis amigos de juegos infantiles, para mis amigos que compartieron conmigo pupitres y patios del “Virgen de Loreto”. De gran parte de ellos me separé a los 10 años cuando me fui al Instituto de la Asunción de Elche…Y quiero recordarlos porque algunos, los más frágiles y los más inocentes, nos dejaron en la década de los 70 y 80, cuando unos políticos, jugando a aprendices de brujo, lanzaron el grito de “¡legalicemos las drogas blandas!”… y aquellos jóvenes santapoleros fueron heridos por el mal… Y durante años Santa Pola lloró a sus hijos… Y durante años familias enteras vivieron las fiestas transidas de dolor. Tenía miedo de llegar a este punto del pregón… porque el pregón se confecciona para abrirnos a la alegría, pero tenía claro desde el principio que quería recordar a estos amigos míos que ya no están… y que compartieron tantas fiestas conmigo. Tenía miedo de llegar a este momento, pero era necesario recordarlos en un ambiente como este, ante la Patrona, las autoridades y todos vosotros… para que el recuerdo se convierta en plegaria, y las fiestas nos abran a todos: a los que están ahora y a los que estuvieron entonces.

Ofrezcamos por aquellos jóvenes las fiestas de este año. Que todos los instantes de alegría y de gozo, de jolgorio y charanga, de ofrenda y procesión, sean para que ellos estén haciendo fiesta en la casa del Padre, contemplando el rostro materno de la Virgen de Loreto. Que este año las fiestas sean más fiestas. Que este año la alegría sea más alegre. Que este año los abrazos nos abracen con más fuerza, porque queremos que ésta sea nuestra ofrenda a aquellos que se fueron de nuestro pueblo siendo todavía jóvenes…, muy jóvenes.

A partir de los 10 años mi mundo se hizo más grande. Elche amplió mi mente y mis sentimientos. La adolescencia y la juventud me hicieron conocer aspectos de las fiestas que en la niñez pasaban desapercibidos: las verbenas con cantantes famosos, los primeros cubalibres, el regresar más tarde a casa…y una súplica a la Virgen el día de su fiesta: que ante el futuro que tenía delante, me mostrara qué camino debía tomar en la vida.

Con el tiempo la senda se fue dibujando, y los rayos de la vocación sacerdotal disiparon la neblina de las dudas e incertidumbres. Y en las fiestas del 77, con la ofrenda de una mirada, encomendé a la Virgen la aventura que dentro de unas semanas comenzaría en el Seminario de Orihuela.

Ya veis cómo las fiestas de Santa Pola han inundado de luz mi vida. Estas fiestas que hoy estrenamos encierran siempre tesoros que, sólo con la perspectiva del tiempo, se revelarán en toda su riqueza.

Las fiestas de nuestro pueblo han ido mejorando a lo largo de su historia. Cada año introduce novedades que perfeccionan lo anterior. El libro de fiestas de este año es una prueba de ello. Pero la esencia de la fiesta no cambia, siempre es la misma: un pueblo que, consciente de su identidad, durante unos días bebe con avidez en el manantial que la ha dado la vida: sus raíces, sus tradiciones y su fe.

Y ya termino. Y quiero hacerlo con la fórmula clásica. “Por orden del señor Alcalde, se hace saber a todos los habitantes de este pueblo que las fiestas patronales dedicadas a la Virgen de Loreto empiezan hoy. Que todos los que en estos próximos días vivamos en Santa Pola saquemos a nuestras calles lo mejor que tenemos dentro. Que aparquemos durante las fiestas odios y rencores, divisiones ideológicas y políticas, para compartir nuestro amor a la Virgen y al pueblo de Santa Pola. Y si es posible, que todo lo que aparquemos lo olvidemos para siempre, y así todos los días del año serán reflejo de la alegría y gozo de estas fiestas. A aquellos que no estén dispuestos a alegrar la vida de los demás, que se les ponga una multa, o mejor, que se les penalice con un “dejarse querer” por los que vamos a vivir intensamente las fiestas”.

Os deseo a todos unas felices fiestas patronales. ¡Viva la Virgen de Loreto!. ¡Viva Santa Pola!

No hay comentarios:

Publicar un comentario