lunes, 23 de noviembre de 2009

DIPUTADOS QUE NO PUEDEN COMULGAR


Antonio Martínez Belchi. Profesor de Filosofía. Análisis Digital

Esta mañana, en clase de Historia de la Filosofía con 2º de Bachillerato, y como estamos viendo el tema de las pruebas de la existencia de Dios en la filosofía de Santo Tomás de Aquino, ha surgido un debate sobre las relaciones entre Iglesia y Estado. Y un alumno beligerantemente anticatólico, se ha referido, indignado, a las palabras recientemente pronunciadas por monseñor Martínez Camino, Secretario General de la Conferencia Episcopal Española, que, como se sabe, ha dicho que los diputados católicos -o supuestamente católicos- que voten a favor de la ley del aborto no podrán -mientras, claro, no se reconcilien con Dios a través del sacramento de la penitencia- acercarse en misa a recibir la comunión.

Martínez Camino tenía en mente, sobre todo, a los diputados del PNV que, según parece, van a votar a favor de la nueva ley de Zapatero. Y el alumno al que me refiero -y algún otro que lo ha apoyado-, cuando le he preguntado por qué consideraba tan escandaloso que se excluyera de la comunión a un diputado que dé su aprobación a la ley del aborto, me ha respondido que “la Iglesia dice que todos somos iguales y, además, tiene que perdonar”. No es un argumento muy fino y matizado, como se ve; pero, en lo sustancial, coincide con lo que personas supuestamente mucho más cultas piensan sobre el asunto: como “todos somos iguales”, “todos tenemos derechos a tomar la comunión cuando nos dé la gana” -¡vaya discriminación si un sacerdote se atreve a negársela a alguien!- y, como “la Iglesia tiene que perdonar”, no puede adoptar ninguna medida disciplinaria contra quien, siguiendo los sorprendentes dictados de su conciencia, la disciplina de voto de su partido o las cambiantes conveniencias de la coyuntura política, vota a favor de algo que, como el aborto, choca frontalmente con los principios más básicos del cristianismo.

A buen seguro, habrán sido muchos quienes, en las últimas horas, tras escuchar la Ser, ver el telediario de Cuatro o leer El País, se habrán indignado de manera semejante a como lo ha hecho mi alumno. Sin embargo, con ello demostrarán que ni siquiera se han parado un momento a reflexionar. Por ejemplo, no han pensado en lo que sucede si un diputado se atreve a romper la disciplina de su partido y emitir un voto contra la posición oficial que éste mantiene respecto a algún tema relevante. Todos sabemos que si, desatendidas las pertinentes conminaciones, tal cosa sucede y el diputado díscolo y montaraz se pasa por el forro las insistentes órdenes de sus superiores, tiene que enfrentarse a unas consecuencias que irán desde la mera sanción económica hasta, en último extremo, la expulsión fulminante del partido en el que milita. Además, es una cosa que se entiende perfectamente: de acuerdo que, en determinados casos -muy contados, por cierto-, los partidos políticos permiten que sus diputados voten en conciencia; pero, en la inmensa mayoría de los casos, los parlamentarios se convierten en meros peones que transmiten las consignas de la cúpula directiva de su formación, y que cierran filas -también al votar- porque, como dijera en su día Alfonso Guerra con su gracia y mala leche habituales, “el que se mueva no sale en la foto”. Otra cuestión es lo que todo esto nos parezca a efectos del tipo de “democracia” en el que vivimos, más parecida a una partitocracia dominada por ciertas castas oligárquicas que otra cosa. Ahora bien: el caso es que, si un diputado se salta a la torera las indicaciones de sus superiores, resulta lógico que reciba una sanción. Y a todos nos parece perfectamente comprensible.

Sin embargo, por alguna extraña razón, cuando es la Iglesia la que, aplicando esta misma lógica, impone una sanción canónica al parlamentario católico -o que así se define- que vota a favor del aborto, enseguida un montón de gente empieza a hacer aspavientos y a rasgarse las vestiduras. Al parecer, los principios que sirven para cualquier otro caso resultan inaplicables cuando se refieren a la Iglesia: ésta tiene no ya que “perdonar”, sino que cruzarse de brazos y no hacer nada aunque quien se declara públicamente católico hace algo que repugna a la entraña misma del cristianismo. ¿Por qué? Seguramente porque, para algunos, la religión debería asemejarse a una especie de vago espiritualismo compuesto, a partes iguales, de blandenguería y buenos sentimientos dispuestos a contemporizar con lo que sea: “Es que lo del aborto es una cuestión muy personal”, “es que nadie tiene derecho a inmiscuirse en una decisión muy íntima de la mujer”, “es que cada diputado, aunque sea católico, debe votar sin presiones, como considere más conveniente, y sin tener en cuenta, a la hora de votar, su fe católica: ¿no quedamos en que lo de la fe era una cuestión estrictamente privada?”.

Ya está bien de tonterías, señores: si un diputado es católico y vota a favor de la ley del aborto, entonces es que está interpretando su religión como le da la gana; y si, como sucedió durante la etapa de Aznar, es católico y, sabiendo que se está comete un tremebundo fraude de ley bajo el amparo del famoso tercer supuesto, tampoco hace nada porque el tema no parece estar en el primer plano de la agenda política de su partido y porque para qué nos vamos a meter en líos ahora que al fin estamos degustando las mieles del poder, entonces es un católico que debería avergonzarse de su conducta (como, por otra parte, todos los seres humanos tenemos que hacer con frecuencia, incluido el autor de estas líneas). Finalmente, si la Iglesia lo excluye temporalmente del sacramento de la comunión, está en todo su derecho de hacerlo. Y que quede claro que, en este caso, no se trata tanto de un “castigo” como de la constatación de un estado de cosas: quien públicamente se manifiesta a favor de algo que es inaceptable para la fe de la Iglesia, al menos en ese momento no está en plena comunión con esa fe, por lo que resulta evidente que -en tanto esa comunión se restablece por la oportuna vía sacramental- no debe acercarse a recibir la comunión. Que -no lo olvidemos- recibir a Cristo bajo la forma del pan y el vino nunca puede ser ningún “derecho”.

Llegará el día de la votación y varios diputados católicos del PNV votarán a favor de la ley del aborto. Y se indignarán, como muchos progresistas, de que la Iglesia les afee su proceder y les recuerde que, mientras no se hayan arrepentido de su acción, no pueden recibir la Sagrada Forma de manos del sacerdote. Por supuesto, la Iglesia Católica seguirá siendo -¿cuándo no lo es?- la mala de la película. Porque comete la osadía de no dejar de mirar nunca el rostro de Cristo que la mira desde la cruz y porque sí, en efecto, es muy mala: porque, por ejemplo, se opone con todas sus fuerzas a que una madre mate al hijo que lleva en su vientre. Una prueba inadmisible de falta de modernidad y de progresismo y, en fin, toda una desfachatez.

4 comentarios:

  1. Se me planteá una dificil e incómodo dilema, o mas bien me lo plantéa mi hija de 12 años. Ella sabe que nuestra postura en casa es contraria al aborto, somos cristianos, amamos la vida y nuestros hijos nos costaron tanto sufrimiento que no concebimos el que alguien no los quiera tener, o mejor dicho, una vez concebidos no quieran que vivan. Pero ella, inocentemente me preguntó: papá ¿a esos curas que abusaban de niños en Estados Unidos tampoco les dan la comunión? No supe contestarle ... y no lo hice. ¿que le digo para que ella lo comprenda?

    ResponderEliminar
  2. La respuesta es muy fácil. Esos sacerdotes han actuado contra la ley de Dios en tema muy grave por eso tampoco pueden acercarse a comulgar hasta que no haya un arrepentimiento sincero y hayan reparado el mal que han hecho. Como los diputados católicos que están a favor del aborto, tienen que reconocer que han pecado gravemente.

    ResponderEliminar
  3. Gracias. Me quedo más tranquilo.

    ResponderEliminar
  4. Pues eso, reparación y mucho más ojo a la hora de formar nuevos sacerdotes.
    La mayoría de los abusos que se han cometido fueron sobre niñOs, por lo que habría que filtrar las personas con tendencia - ehhh, ahora no sé cómo no decirlo 'a lo bruto' - y que no sean capaces de vivir la castidad, que al final es siempre lo mismo: fortaleza, templanza, prudencia... sobre todo prudencia.

    ResponderEliminar