En 1989, coincidiendo con el 50º aniversario de la II Guerra Mundial, en Europa central y oriental se perfilaron escenarios sociales y políticos inéditos. Todo lo que sucedió en la segunda mitad de aquel año fue una auténtica revolución social que permitió eliminar algunas trágicas consecuencias del conflicto. Han pasado veinte años desde entonces. Hace unos días la Fundación Konrad Adenauer reunió en Berlín al ex presidente Bush (padre), Helmut Kohl y Mijail Gorbachov. Junto con Juan Pablo II, fallecido en 2005, fueron protagonistas de aquellos acontecimientos que transformaron Europa.
La influencia del primer Papa eslavo de la Historia aceleró, de algún modo, el cambio del 'estatus quo' en su nación. Desde Polonia la llama de la libert

Cuando Wojtyla llega a Roma, en el otoño de 1978, la situación en los países del Este europeo era delicada. Leónidas Breznev, entonces secretario general del Partido Comunista Soviético, y una serie de dictadores al frente de los países satélites de Moscú mantenían la paz en la zona de influencia reconocida a la URSS en la Conferencia de Yalta. En esa situación, una íntima convicción, fundamentada en la experiencia personal, llevaba al nuevo Papa a no aceptar sin más semejante estado de cosas. Se sentía refrendado por la Historia. En enero de 1979, sólo tres meses después de su elección, inició lo que llegaría a ser una larga serie de viajes. La peregrinación a Polonia, en el corazón del Este europeo, resultó de capital importancia para la evolución de acontecimientos futuros.
En aquellos diez días de junio, la voz de Wojtyla a favor de la dignidad de la persona y su libertad contribuyó a acelerar la marcha de los acontecimientos. Para entonces la estructura comunista en Europa empezaba a desmoronarse. La reunión de millones de personas en torno a su compatriota tuvo un efecto decisivo desde el punto de vista de la psicología nacional. Veinte años después, durante su séptimo viaje pastoral a su patri

Las revoluciones no violentas de 1989 ofrecen lecciones que van más allá de los confines de un área geográfica específica. En su discurso de la ONU (1995), Juan Pablo II dio una interpretación: demostraron que la búsqueda de la libertad es una exigencia ineludible que brota del reconocimiento de la inestimable dignidad y valor de la persona humana, y acompaña siempre el compromiso en su favor. Pueblos enteros tomaron la palabra; mujeres, jóvenes y hombres vencieron el miedo. Miles de personas manifestaron los inagotables recursos de dignidad, de valentía y de libertad que poseen. Para Wojtyla, aquellos acontecimientos habían sido posibles por el esfuerzo de hombres y mujeres valientes que se inspiraban en una visión diversa y, en última instancia, más profunda y vigorosa: «La visión del hombre como persona inteligente y libre, depositaria de un misterio que la transciende, dotada de la capacidad de reflexionar y de elegir y, por tanto, capaz de sabiduría y de virtud».
También había sido decisiva, para el éxito de aquellas revoluciones, la experiencia de la solidaridad social: «Ante regímenes sostenidos por la fuerza de la propaganda y del terror, aquella solidaridad constituyó el núcleo moral del 'poder de los no poderosos', fue una primicia de esperanza y es un aviso sobre la posibilidad que el hombre tiene de seguir, en su camino a lo largo de la Historia, la vía de las más nobles aspiraciones del espíritu». La historia podía haber sucedido de otro modo, como apuntaban los precedentes de Hungría (1956) y Checoslovaquia (1968). Sin embargo, pueblos enteros reivindicaron su libertad de forma pacífica, y vencieron. Fueron hechos que sorprendieron al mundo. Veinte años después de la caída del muro de Berlín recordamos con agradecimiento a quienes lo hicieron posible.
José Ramón Garitagoitia Eguía es Doctor en Ciencias Políticas y en Derecho Internacional Público. Es autor de una tesis sobre 'El pensamiento ético-político de Juan Pablo II' (2002), prologada por el último presidente de la URSS y Premio Nobel de la Paz, Mijail Gorbachov
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